Una noche loca en Varadero
Una noche loca en Varadero

Una noche loca en Varadero

Podría escribir sobre una de las playas más hermosas del mundo, arena blanca, palmas, cincuenta metros de agua baja, cristalina, llena de peces colorados. Pero no. El paraíso no lo puedo contar. La noche quizás sí.

Estoy disfrutando de mi Cuba Libre, mientras dos rusas me hablan un inglés casi incomprensible. Quizás aún peor que el mío. Son frías como la temperatura en Moscú. Una es modelo. Tan hermosa como insoportable. Los temas de conversaciones son demasiado superficiales. Estoy harto. Me voy a sentar en un sofá justo afuera del hotel, donde empiezo una charla interesante con un brasilero, que me cuenta lo que es ser gay en Sao Paulo. Ron tras ron, entro siempre más en calor como si fuera la previa de un partido. Hasta que llega el momento. Estoy listo para ir a la Casa de la música. El brasilero no viene. Mientras tanto, salen las rusas que van en la misma dirección que yo, entonces compartimos taxi. Cabriolet rojo de los años ochenta. De película. Más que los asientos hay dos sofás, uno adelante y uno atrás. Re cómodo. Los cinturones de seguridad no existen, pero la radio sí y la música es tremenda. Buena vista social club para entendernos. Llegamos al boliche y vamos a tomar. Otro Cuba Libre para mí y Vodka Red Bull para las rusas, que vuelven a hablarme de sus cagadas de Moscú. ¡Ay, la concha de su madre!. Por suerte el lugar se llena en un rato y con la excusa me voy para la pista. Me fascina que mitad de la sala esté llena de mesitas, una pegada a la otra, mientras al lado se baila. 

Nunca me gustó el reggaetón. Es una porqueria, seamos sincerxs. Ni siquiera sé si se puede considerar música. Pero, como llego a la pista, en un instante todo cambia. No sabría explicarlo. Hay una atmósfera increíble. Todo el mundo baila con una intensidad y una sensualidad abrumadora. Yo casi no sé qué hacer. Empiezo a mover el culo como si estuviera garchando. A pesar de tener la misma fluidez de Néstor Kirchner el día después de su funeral, zafo. Lxs cubanxs aprecian el esfuerzo. Bailamos, tomamos, nos contamos historias de vida tan distintas como interesantes. Son todxs buena onda.  El ritmo me está entrando en la sangre. Ya casi no me reconozco. Yo, alto fiestero, re loco por Ibiza y las fiestas techno, bailando La gasolina con lxs latinxs. En este momento podría empezar a hacerme preguntas existenciales, pero por suerte ya estoy en pedo y me chupa un huevo todo.

A la izquierda hay un grupo de chicas interesantes. Empiezo a charlar con una, pero mi español ya es una poronga sobrio, imagínense borracho. Hablo peor que Carlitos Tevez balbuceando el inglés. Lo único que he entendido es que ella y sus amigas son de Ecuador y las otras dos de Paraguay. La mina me sonríe, parezco gustarle, pero mi vocabulario de español ya se acabó, no me queda otra. Intento besarla y la mina gira la cabeza antes que yo pueda rascarle la garganta con la lengua. Palo. Me rebota diciéndome que es demasiado temprano. En esto podría coincidir si solo no hubieras tomado ya cinco Cuba Libre. Igual, ni insisto, me doy vuelta al otro lado y cruzo la mirada de la amiga. Hermosa, rubia, ojos verdes y un cuerpo que parece precioso, aunque a esta altura ya no se puede estar más seguro de nada. Tampoco que tenga una concha por ahí. No parece latina pero sí, es ecuatoriana. Aquí dos palabras y una sonrisa son suficientes para empezar a besarnos con todo, bajo los ojos enfurecidos de la amiga. Lo siento muchísimo.

Esta rubia, cuanto más la beso, más me doy cuenta de lo hermosa que es. Y entonces, después de diez minutos, le tiro de ir a la playa frente al boliche. La mina acepta de una. Me encanta su actitud. Justo ahora empiezan los problemas porque estoy demasiado borracho y el “fenómeno” ahí abajo no da más señales de vida. Ella desnuda a la luz de la luna se revela aún más hermosa. La situación cada vez más embarazosa. Empieza a tocarlo. Pero nada. Empieza a chuparlo. Nada. Estamos muy cerca de un fracaso gigante. Me agarra los huevos y justo ahí siento algo. Ahora o nunca. Me levanto y me pongo el forro mientras me coloco atrás de ella que ya está en cuatro. Mi pito está más flojo que un chori vencido. Esto es un Ave María. Lo empujo con las dos manos, centímetro a centímetro y rezo. Le doy una vez, no siento nada. Otra. Nada. Pero ella jadea y a la tercera algo pasa. El “fenómeno”empieza a levantarse. Con fatiga. Lentamente. Pero también implacablemente. Y ella jadea cada vez más. Y yo comienzo a darle cada vez más fuerte. Cada vez más rápido. Cada vez más duro. Y ella ya está gritando mal hasta que acaba y yo, a seguir. Tremendo. Total: tres minutos escasos. Pero no importa. Mi chori vencido y yo acabamos de hacer un milagro.

Volvemos adentro y seguimos tomando. Al grupo mixto Italia-Ecuador-Paraguay se sumaron también dos canadienses. Con uno de los dos empezamos a hablar con nostalgia de la Serie A de los años 90. Un Cuba Libre tras otro. Todo joya.

Pues la Casa de la música cierra, pero nosotrxs todavía estamos prendidxs. Decidimos buscar un bar abierto hasta la mañana. Una paraguaya no está más de pie. Literalmente. Hay que llevarla de vuelta al hotel antes de seguir de joda. Nos dividimos en dos taxis y por desgracia me toca el suyo. No por ella, que está casi en coma etílico. Alta estimación por ella. El problema es la amiga que empieza a montarla “Esto es muy malo  para el feminismo de Paraguay” y sigue todo el viaje “no puede ser, esto está muy mal”. Gracias a dios en diez minutos ya llegamos. La amiga “feminista” baja primero, pero es claro que no puede hacerlo sola. Así que salgo para ayudarla y agarro la borracha del otro lado. Mientras la llevamos hasta la entrada del hotel la amiga sigue con su conferencia chota  “Esto es muy malo  para el feminismo de Paraguay”. El hombre de seguridad del hotel nos bloquea, identifica a las dos chicas, pero empieza a hacerme problemas porque yo no soy del hotel. “Sólo estoy ayudando” le digo, el cubano lo piensa un rato, pero al final prevalece el buen sentido y nos acompaña hacia el ascensor. “Muy mal para el feminismo en Paraguay”. Pero ¡¿qué carajo tiene que ver esto con el feminismo en Paraguay?! Por suerte ya está, solo falta el ascensor y listo. Mientras lo esperamos seguimos sosteniéndola por ambos lados y aquí siento unas gotas que me mojan la pierna derecha, debajo del pantalón corto. ¡La concha de su madre!. Justo ahora tenía que vomitar esta pelotuda. Miro hacia ella y no. No está vomitando. La chica está orinando en el medio del vestíbulo del hotel. Empiezo a reírme. Pero mal. La amiga está mirando hacia el otro lado y todavía no se ha dado cuenta de nada. Claro, no resisto y con la misma mano con la que estoy sosteniendo la meadora, le toco el hombro. “¡Mirá el feminismo en Paraguay!”. Ella se da vuelta y su cara se horroriza ante el charco que se está formando frente al ascensor. La vergüenza y la indignación la asaltan. “Esto es terrible por el feminismo en Paraguay. Ay, no. ¡Esto es una vergüenza! No puede ser… el feminismo en Paraguay…”. La mina no para más de orinar y yo de reirme. Vuelvo a mirar para otro lado, hacia el hombre de seguridad. Supongo que está re caliente. Pero no. Es cubano. Se está riendo conmigo. Qué copado.

Cuando la puerta de la habitación de la chica se abre hay más o menos, diez paraguayos en cuatro metros cuadrados. Una veintena de ojos nos miran en silencio. Con severidad. Son miradas casi acusadoras. ¿Será quizás por la concepción de feminismo en Paraguay? Me gustaría decirle que no fui yo el que le tiró litros de alcohol en la boca, sino que fue ella misma. Pero bueno, tampoco sé cómo decirlo en español. La puerta de la habitación se cierra sin decir ni siquiera gracias. Que se jodan ellxs y su “feminismo” paraguayo.

Subimos de nuevo en taxi y los dos viejos cabriolet vuelven a moverse. Estamos buscando quizás un bar que no existe. Estamos buscando el bar más sucio de Varadero. El que nunca cierra. Y lo encontramos. Hay música cubana, buena onda y dos mesas llenas de botellas con otrxs tantxs borrachxs alrededor. La joda sigue. Pero primero, voy a mear. Y este es el baño más sucio que vi en toda mi vida. No solamente asqueroso, sino también apestoso. No hay cadena. Aquí se estanca la orina y la mierda de toda una noche. Apenas puedo, salgo porque estoy por vomitar. Apenas me siento, el canadiense no aficionado al fútbol me confiesa, en un  tono (no tan bajo), que quiere “fuck in the ass” a la otra paraguaya. Honesto. ¿Pero dónde? Y mientras me lo pregunto lxs veo dirigiéndose juntxs hacia el baño. Ay, la puta que lxs parió. No lo puedo creer. Diez minutos después salen lxs dxs con el pelo mojado y pegado a la frente. No hay dudas, cojieron en el lugar más asqueroso del mundo. Me quito el sombrero.

Son las cinco pasadas y cada uno vuelve a su hotel. Tremenda noche. Ingreso en el vestíbulo de mi hotel y escucho “EDUARDO” “EDUARDO”. Son las rusas. Mientras camino hacia ellas, me gritan “¡LA ENCONTRAMOS!”. ¿Pero qué? Entonces le hago el gesto con la mano, tanto italiano como inconfundible, y ellas sacan una bolsita de merca. Hijas de re mil putas. Estas dos imbéciles ahora me mandan preso. “SSSHHH” es lo único que me sale. Este es un régimen, aquí no llamás a tu abogado. Y yo no quiero pasar ni un puto día en una prisión de Fidel Castro. Por lo menos, no ahora que el viaje acaba de empezar. “¿Vamos para nuestra habitación?”, me dice la rusa que se parece más a un submarino que a una modelo. Las dos me miran. Me caen mal las pelotudas, pero no puedo rechazar la invitación. Y entonces estamos de nuevo en el juego. Coca de mierda. Techno ruso de mierda. Acá solo una cosa puede tener sentido. Les propongo que se besen. Y aceptan. Luego de tocarse. Pero aquí, una de ellas, la modelo se niega. Después empieza una llamada en ruso y sale de la habitación. Miro al submarino y pienso: mi trabajo acá se acabó. Me quedo justo un rato más para una charla de cortesía antes de saludarlas. La chica me dice que se enganchó con un chileno en la fiesta “lo intentamos, pero él no pudo levantarlo, estaba borracho”. Empatía total con el chileno. “Yo también estuve muy cerca de fracasar” le confieso mientras rechazo la segunda raja de esta merca de cuarta. El discurso continúa en el balcón, seguimos hablando de las complicaciones de mezclar alcohol y/o drogas con el sexo. Ufff, no sabés cuántas historias te podría contar mi querido submarino ruso. Pero no tengo ganas, estoy detonado y encima ella está subida al caballo de lo creída. Habla como si lo supiera todo. “Yo con la coca no tengo sexo” sigue fría y altanera “no me excito, no acabo”. No le creo ni en pedo e, instintivamente, le meto una mano bajo la falda. No sé por qué, sinceramente. El caso es que acabo de hacerlo. La estoy tocando. La chica empieza a gemir, en unos segundos ya está muy mojada. “¿Estás excitada ahora?!” le pregunto provocativamente. Ella asiente con la cabeza justo antes de abandonarse al orgasmo. Me gusto la escena por completo. Pienso que no hay nada más hermoso que hacer acabar una mujer. Y me quedo ahí, esperando que  abra los ojos para ver si admitirá, aunque sólo con la mirada, de haber dicho muchas boludeces. Igual la mina me niega esa satisfacción. Con una agilidad sorprendente se arrodilla y empieza a chuparme la pija. Y muy bien. Aquí paradójicamente mi pito se vuelve aún más duro que con la ecuatoriana, quien era Miss Universo en comparación. Sé que puede parecer una locura; pero a veces, mi pija y yo no coincidimos. Y ésta es una de esas. Este submarino tiene dos tetas hermosas, sin embargo es casi el doble que yo. Donk se volvería loco frente a tantas curvas. Pero yo no. Ella no es mi tipo. Pero sabe lo que hace, porque mi pito está a full. Entonces, ¿le damos o no? Ya no hay más tiempo para una decisión democrática. Pues en Cuba la democracia se acabó hace mucho. A la mierda. Le abro las piernas y la apoyo sobre el balcón. Por suerte, siempre traigo más de un forro. Me sumerjo en sus tetas y comienzo a darle duro. La chica empieza a gemir de nuevo, pero ahora sin contenerse. Doy una mirada alrededor por si alguien nos está mirando o si hay cámaras. Igual ya está. Después de que Canadá le rompió el orto a Paraguay en ese baño, vale todo. La chica acaba de nuevo. Dos veces ni en cinco minutos. Maldita perra. ¡Menos mal que no se excitaba con la falopa!. “Si mi amiga vuelve, tenemos que parar” me dice “¡¿QUÉÉÉ?!” “No podemos continuar si vuelve”. Hija desagradecida de re mil putas. No lo puedo creer. Está para violar la regla no escrita número uno (nadie se mueve hasta que ambxs acaben). Concentrémonos entonces. Vamos, querido. Dale todo lo que tenés y vámonos ya de acá. Sorprendentemente él me da bola y en unos segundos termina el asunto. Me pongo la ropa rápido, sin siquiera sacarme el forro y nos vamos a la mierda. “¡¿Escuchaste qué carajo nos dijo la hija de puta?!” le digo indignado a mi pito saliendo en el pasillo, mientras él le grita “ojalá te hundas, submarino de mierda!”.