Koh Phangan (Tailandia)
Koh Phangan (Tailandia)

Koh Phangan (Tailandia)

El tuk tuk viene con todo por las empinadas y tortuosas carreteras que atraviesan la selva de la isla. En el cajón de la camioneta seremos una docena, sentadxs uno frente al otrx en dos largos banquillos de metal, re lejos de estar cómodxs y segurxs. Cinturones de seguridad ni hablar. Nos agarramos a cualquier cosa para no volarnos o peor partirnos la cabeza contra el pasajerx de frente. Parecemos una caja de huevos listos para romperse. Sin embargo, Mario y yo ni pestañeamos. Ya acostumbrados al incesante movimiento. A la molestia ínsita en cada medio de transporte. El viaje de ida nos sirvió como vacuna. Hace apenas cuatro días, en medio de la noche, dejabamos el Airbnb de Viena, para ir en colectivo a la estación central, desde allí el tren al aeropuerto y el vuelo a Düsseldorf, el oficial de aduanas aleman que me acusa de estar drogado, otras catorce horas de avión hasta Bangkok, la llegada al amanecer, ni siquiera el tiempo de desayunar, otro vuelo, esta vez doméstico, para Surat Thani, un autobús nos alarga hasta el puerto, catamarán hasta Koh Phangan, el abordaje en la isla y la insana decisión de decir que si a dos motos taxi, la carrera loca de los dos “pilotos”, una motoGP en circuito tailandés con pasajero y maleta entre las piernas, todo obviamente sin casco. Ya nada nos da más miedo. Con calma seráfica nos dejamos llevar hasta la playa de Haad Rin. Esta noche aquí se tiene el Full Moon Party.

Las callejuelas de acceso a la playa ya están repletas. Hay turistas de todas partes listxs para la borrachera del año, tailandeses igualmente excitadxs por ponerse en pedo otra vez, ambulantes que tratan de vendernos cualquier cosa, taxistas que gritan destinos de manera repetitiva y obsesiva y en fin soldados del ejército a vigilar el quilombo que se generará de aquí en cualquier momento. La playa está llena de eventos, bares, espacios para drogadictxs y juegos rocambolescos. Uno, por ejemplo, atrae toda nuestra atención. Consiste en saltar una cuerda gigante en llamas, de unos cinco metros de largo. La peligrosidad de todo esto nos fascina. Nos gustaría quedarnos aquí toda la noche, esperando el momento crucial, en el que un borracho tropezará con la cuerda y prenderá fuego. Porque ambos sabemos que esto va a pasar y deseamos verlo. Pero no. El llamado de la rumba es demasiado fuerte. En la primera ronda de tragos, Mario pierde inexplicablemente todo el dinero. La crisis financiera no nos deja otra opción. Volvemos a las callejuelas en busca de una tienda y nos cruzamos con los ambulantes que venden buckets. Los buckets son cestas de plástico de colores, iguales a las que usábamos cuando éramos niños para hacer castillos de arena, pero ahora contienen hielo, sorbetes y botellas de licor tan baratas como ilegales. Por razones higiénicas sanitarias resistimos la tentación y optamos por la compra de botellas a temperatura ambiente del minimarket. El alcohol, cálido y de tercera, interpreta magníficamente su rol táctico. En un instante lleva arriba al equipo y empezamos a atacar la pista. Ya estamos re prendidos cuando decidimos separarnos. “Nos vemos acá en una hora”. Pero somos conscientes de que ninguno de los dos recordará la hora ni el lugar, así que dejo a Mario la plata para el taxi. Antes de perdernos definitivamente en el delirio de la fiesta, nos intercambiamos una mirada que vale más que mil palabras. Una mezcla entre una advertencia y un augurio de buena suerte. Y sí. Ambos sabemos perfectamente cuál es el peligro de la noche. El riesgo que corre cualquier heterosexual occidental borracho en Tailandia. Desde que llegamos nos encontramos con varios ejemplares indescifrables. ‘Casos sin resolver’ en nuestra banal y simplista visión heterosexual del mundo. De hecho, nuestros coetáneos tailandeses son de contextura delgada, escasa musculatura, generalmente también sin barba, con rasgos orientales de difícil lectura para nosotros. Una base potencialmente perfecta para ser convertida, con sólo un par de cirugías bien hechas, en un atractivo cuerpo femenino. Y lxs Lady Boy en Tailandia son un montón. No fuimos capaces de distinguirlxs de sobrios y de pronto estaremos re en pedo. Dos cazadores borrachos perdidos en la selva, más en peligro que los yankees en Vietnam. Esta noche será como jugar a la ruleta rusa. Vamos Mario. Vamos a apretar el gatillo.