Iguaçu (Brazil)
Iguaçu (Brazil)

Iguaçu (Brazil)

Estos letreros me dan mucha risa. “SI VES UN JAGUAR AVISA A LOS GUARDAPARQUES”. La puta madre. Si veo un jaguar corro desde acá hasta la Patagonia. Estamos saliendo del parque mamados. Partimos esta mañana de Buenos Aires, recorrimos todo el lado brasilero de las Cataratas de Iguazú, mañana nos espera lo de Argentina. “Edu vamos a pie, el hostal está cerca”. La idea de caminar más o quizás de encontrar un jaguar en el camino no me vuelve loco, pero acepto. “Donk, estás seguro de que este es el camino correcto?” “Sí” “Mira un rato en Google Maps porfa”. Sólo nos falta hacer unos cinco kilómetros al pedo. “Ah no, tenemos que ir para otro lado”. Perfecto. Pero, la verdad, el panorama vale la pena. La carretera también me fascina, es completamente recta e inclinada como un cuenco, baja unos diez metros en altura para luego volver a subir. Jaguares, por ahora, ausentes. A mitad de camino cae el sol. “Donk, ¿cuánto falta?” “No sé, se me descargó el móvil”. Considerando que no sabemos ni dónde estamos ni adónde vamos, me parece hermoso. “Taxi?” le pregunto provocativamente, ya sabiendo la respuesta. “No, no, ya casi llegamos”. Mientras tanto, el letrero de una churrasquería nos llama la atención. Dice 800 metros en el fondo de este camino rural. “No sé boludo, para mi está cerrada a esta hora” “no, olvídate que está cerrado, vamos”. Me dejo convencer por el hambre. Y acá estamos, caminando por un camino desierto y oscuro en el estado del Paraná. Cuando llegamos al restaurante la puerta de la propiedad está abierta, pero hay un perro de guardia a un lado y tiene pinta muy poco recomendable. “Vamos, Donk está cerrado” “Yo creo que está abierto, vamos a ver” me dice, pero se ve que él también le tiene miedo al perro. No sé por qué carajo lo acompaño, empezamos a caminar con mucho cuidado, cruzando la entrada por el lado opuesto al perro, que nos mira feo, pero sin dar un paso. Estamos adentro. Serán 500 metros cuadrados de pasto delimitados por una pared de dos metros con el restaurante en el centro. No hay carros estacionados pero igual Donk va a tocar la puerta. Nada. Está claramente cerrado. Donk golpea más fuerte y pregunta si hay alguien. El perro empieza a ladrar y a moverse hacia nosotros bloqueando la única salida. La concha de tu madre. No se sabe si el animal está atado o no, porque ya está casi oscuro. Igual, incluso si lo fuera, la cadena sería tan ancha que le permitiría cubrir toda la salida. Y sí, estamos jodidos. El perro ladra, enojado como una bestia. Nos corremos instintivamente hacia los únicos árboles que hay, listos para trepar. Y justo en este momento, mientras estoy abrazado a un árbol en la loma del culo del Paraná, entiendo que ya no tengo que secundar más las decisiones de Donk.

Después de diez minutos de incertidumbre y ansiedad el perro se desinteresa de nosotros dos pelotudos. Ahora la entrada está libre. Caminamos en puntas de pie, lentamente, para no llamar la atención de la bestia, hasta que cruzamos la salida, el perro se da vuelta, pero ya está, empezamos a correr con todo y ciao. Apenas llegamos al hostal empieza el diluvio universal. Justo a tiempo.