El viaje más hijueputa
El viaje más hijueputa

El viaje más hijueputa

Hace semanas que ando en este mal viaje sin salida. Me hubiera gustado volver a Argentina ya en octubre, pero las fronteras siguen cerradas y Alberto Fernández no parece intencionado a abrirlas en breve. Sin restricciones a la vida social, re disfrutamos el verano italiano. Pero ya llevo demasiado tiempo aquí. Luego de haber vivido en Buenos Aires, mi país no me alcanza, si no me pesa, hasta me ahoga. En comparación con América Latina, parece la típica residencia de ancianos donde el tiempo pasa dramáticamente lento, las discusiones son estériles como las gasas que usan las enfermeras y en la TV ya no se entiende si estan pasando un talk show o una tragicomica con lxs mismxs actores de hace veinte años. Envejecidxs, y mal. Si Argentina es progresista, Italia es regresista. Aquí nada cambia, se progresa a pasos de elefantes, el descarte con los otros países aumenta inexorablemente. Nos superaron todos. Ahora nos doblan. Igual muchxs italianxs, afectadxs por ciega arrogancia, siguen creyéndose al centro del mundo. Como si Roma todavía fuera la capital del imperio. Aterrante.

Como si no fuera suficiente, desde septiembre la curva de los contagios ha aplastado el acelerador. Los números hablan claro. Estamos de nuevo ahí. Estado de emergencia, toque de queda, cuarentena están a la vuelta de la esquina. Es un destino ineludible. Además el invierno ya está a las puertas. Por un lado, la Argentina que no abre y, por otro, Italia que está a punto de cerrar todo de nuevo. Aplastado entre la espalda y la pared, hace dos semanas me di cuenta de que tenía que hacer mi movida, antes de que fuera demasiado tarde. Así que empecé a llamar a todas las embajadas de Latinoamérica, más o menos como si fueran un hotel. “Hola, quería saber si están abiertos y los requisitos para entrar”. La respuesta más curiosa fue la de Panamá, que requiere una cuenta bancaria en el país o una gran cantidad de dólares en efectivo a la llegada, además de test negativo y otras pollas. En cualquier caso, las opciones eran tres: Costa Rica, Colombia y México. Este último era el único que no pedía un hisopado negativo a la llegada. El problema en mi caso no es la negatividad, sino el tiempo. 48 horas no son suficientes para hacerme la prueba, esperar el resultado y cruzar el océano. Con los tiempos de los laboratorios italianos encima, absolutamente imposible. Dada la increíble cantidad de búsquedas de los últimos días, Google empezó a mostrarme todas las últimas noticias sobre las fronteras de estos países. Hasta que hace diez días me mostró este artículo. “Ministro de Salud de Colombia quita el PCR negativo como requisito para entrar al país”. Recién publicado. Lo abrí y lo leí religiosamente. Había las motivaciones expresadas por el Ministro, los datos científicos, las protestas de la oposición y la opinión de los expertos. Me importaba un carajo si era la medida correcta o no. Ese artículo para mí fue como ver la luz de un faro después de una noche de tormenta en un barco a punto de hundirse. No lo pensé mucho. Abrí Skyscanner. Madrid – Medellín. Opción más barata: Aeromexico con escala en Ciudad de México. Duración 25 horas. Más 3 para llegar a Roma. Un montón. Precio 250€. Media hora más tarde, estaba despatarrado en el sillón con un dilema en la cabeza: ¿Cómo les diré a mis padres que compré un billete de sola ida para Medellín?

Al final, mis padres tampoco se lo tomaron muy mal. Su único hijo que se escapa a Colombia. Heavy. Igual mi argumentación tiene sentido. Estamos al 15 de noviembre, Argentina no abre, el invierno está a las puertas y la cuarentena también, tengo que irme. Y es ahora o nunca.

Ya el aeropuerto de Roma estaba medio vacío, pero aquí en Madrid definitivamente no hay nadie. La terminal intercontinental de Barajas es un desierto impactante. Estoy sentado frente a la puerta de embarque cuando la bocina ruega a cuatro pasajeros que se acerquen. Uno soy yo. “¿Destino final Medellín verdad?” “Sí” “Por favor me muestra su pasaje de salida de Colombia” “Mi vuelo es de ida, me voy a vivir allí por un tiempo” “Lo siento, pero para entrar en Colombia debe tener un vuelo de vuelta o un pasaje de salida del país” “¿Qué?” “Sin pasaje de salida del país no puede embarcar señor” “pero esto no está escrito en ningun lado” “son las reglas de Colombia señor” “está bien lo voy a comprar en México, tengo 12 horas de escala” “no señor, para nosotros de Aeroméxico su vuelo empieza aquí y tenemos que ver toda la documentación. Le aconsejo que compre uno ya si quiere subir al avión”. La azafata mexicana me deja asì, para luego asentir a su compañera y prender de nuevo el micrófono “Amables pasajeros, vamos a empezar el embarque”.

La puta madre. Saco la compu, el wifi del aeropuerto va y viene, de fondo veo lxs vaijerxs embarcarse unx detrás del otrx, parece una pesadilla. Wingo Airlines, Medellin – Panama City 70$ es el vuelo más barato. Comprar. Skyscanner me remite a la página de la compañía, que es un auténtico desastre. No puedo progresar con la reserva. La cola de embarque avanza cada vez más rápido. Me quiero matar. Vuelvo a la página de Skyscanner, la alternativa es una agencia, una especie de Trip.com caribeño. Comprar. No sé a quién estoy pagando, para qué y por qué, pero pago. Están embarcando los últimos pasajeros y yo sigo aquí. En juego. Esperando que llegue el correo de confirmación. Aquí está. “¡Lo tengo!” Le digo mientras doy vuelta a la computadora para mostrársela.

“Esto no es un tiquete de avión, es una reserva, no sirve señor”. ¡¿Me estás jodiendo hija de re mil putas?! “¿Qué querés decir con que no es un tiquete de avión?” “Que usted tiene un código de reserva pero no un tiquete de avión” “¿Por qué de este vuelo que tenía antes de hacer el check-in? Una reserva! Ahora que hice el check-in tengo un tiquete” “señor cálmese” “pero ¿cómo me calmo, me estas jodiendo? Me hacen comprar un vuelo a Panama City, por Dios, ¿y luego me dicen que no está bien?” Estoy tan caliente que no encuentro las palabras en español, y por suerte ellxs no llegan a entender todas las puteadas que me salen en italiano. “Señor, sólo tiene el correo de la reserva, pero la aerolínea no le ha enviado nada” “sí, pero me lo enviará” “no señor, no estoy segura, no sé si puedo embarcarla”. La hija de puta empieza a sacar varias fotos a la pantalla mientras consulta a sus compañerxs, que ya completaron los asuntos del embarque y están listxs para subir al avión. Mi plan de escape del continente se está desmoronando miserablemente. Ya me veo regresando a Italia derrotado. Aniquilado.  “¿Me están haciendo perder un vuelo intercontinental se dan cuenta? Me hicieron comprar un vuelo al azar y ahora ni siquiera está bien. Pagué un vuelo a Panama City la puta madre” “señor usted no tiene un tiquete, sólo tiene una reserva, ¿por lo menos, puede demostrarme que le cobraron el monto del vuelo? Si no, no puedo dejarla embarcar” “Claro que puedo”. Deslizo frenéticamente la pantalla del móvil hasta llegar a ‘Saldo Contabile’ y ‘Saldo Disponibile’ de mi tarjeta. Estoy traspirando. Estoy al borde de un ataque de nervios. “¡Ahí está!” La azafata y el último compañero que queda miran la pantalla. Suspense. Se toman todo el tiempo del mundo. Malditos sádicxs hijos de puta. “Bien, señor, puede embarcar”. Me miden la temperatura que en este punto probablemente es 48 grados, igual el tipo me dice que vaya. Soy el último en subir al avión, puteando, maldiciendo, blasfemando pero al mismo tiempo festejando como un loco. A la mierda. Nos vamos a Colombia. Carajo.

Duermo durante todo el vuelo y me despierto directamente por la mañana en Ciudad de México. Doce horas de escala. Todo el mundo me recomendó no salir del aeropuerto. Después de lo que pasó anoche, acepto el consejo. El formulario para entrar en Colombia me está dando problemas. Desde hace media hora intento poner el código AMX0978 pero el sitio me contesta siempre el mismo “no existe ningún vuelo de llegada con este código”. Casi peor que la azafata mexicana. Por suerte aquí tengo un día entero para solucionar el asunto. Paro cada empleado de Aeromexico que encuentro; “prueba AX0987” otro “prueba AM0978” “no, prueba sólo el código” me dice la compañera”. Nada. No va. Otra pesadilla a la vista. “Caballeros, por favor llamen a alguien que sepa algo porque tengo que llegar a Colombia si o si”. Al final, la solución es 978. Medio código cortado así. Damblè. Pero está bien. Todo está bien. Sólo me importa llegar a mi destino.

Terminado el formulario en línea me llega el correo con el código QR para entrar en Colombia. Por fin puedo relajarme. Al lado mío hay una familia mexicana con una niña pequeña, parece buena gente. “Hola, disculpen, ¿podrían mirar mi maleta mientras voy al baño?” “Claro”. Acabo de empezar una gran meada liberadora cuando la bocina aeropuerto anuncia “AMABLES VIAJEROS. ESTÁ ESTRICTAMENTE PROHIBIDO DEJAR EL EQUIPAJE DESATENDIDO O A PERSONAS AJENAS. DESCONFÍEN DE LOS QUE LE PIDEN AYUDA PARA TRANSPORTAR CUALQUIER OBJETO Y DENÚNCIELOS INMEDIATAMENTE A LAS AUTORIDADES. SOLICITAMOS SU COLABORACIÓN EN LA LUCHA CONTRA EL TRÁFICO DE DROGAS”. Me quedo parado, con la pija en la mano, pensando en las caras de la amable familia mexicana a la que le dejé la maleta y la mochila. Trato de convencerme de que sea imposible. Pero en realidad no puedo estar seguro. La verdad, cuanto más lo pienso, más me parece la táctica perfecta. La inofensiva e insospechable familia mexicana que espera al boludo para meterle el paquete de falopa en el equipaje. Dios mío, qué viaje de mierda. Salgo del baño en paranoia, de nuevo inquieto. Recojo mi equipaje, me voy a sentar a otro lado  y empiezo a revisar todo. Parece todo en orden, pero esto no lo sabré hasta que llegue a Medellín.

Aterrizamos a Rionegro que ya es noche y llueve. El aeropuerto principal de Medellín se encuentra en un llano fuera de la ciudad. El camino oscuro y húmedo que atraviesa la selva no regala ninguna emoción particular. Sólo se ve vegetación. De la ciudad, ni siquiera la sombra. Estoy cansado, desorientado, casi dudoso. ¿De verdad estoy haciendo esto? Medellín, en plena pandemia, en plena temporada de lluvias, sin conocer a nadie. Pero de repente termina la última galería, el bus se enfrenta a una curva que parece el borde de un precipicio. Instintivamente todxs miramos hacia la derecha . Bajo un valle se revela en toda su belleza, iluminada por las mil luces de una metrópoli. Es ella. Es Medellín. Es maravillosa. Es mía.