El carrito de golf toma un resalto a toda velocidad y nosotros tres atrás casi nos vamos al carajo. “¡AY, LA CONCHA DE TU MADRE!” Mis nuevxs compañerxs de aventura se cagan de risa cuando me oyen putear en argento. Son todxs mexicanxs, de Guadalajara principalmente, tres amigos de vacaciones en Cancún y Lidia que la conocí en la buseta de Playa del Carmen. La isla es hermosa pero el tiempo es muy poco y entonces Christian acelera al máximo. Boom. Otro resalto. “Ay, la re putísima madre. Al próximo avísenos porfa, digas “policía muerto”!” Se ríen, pero es así que llaman estas cosas en Medellín. Isla Mujeres está llena de yankees, como toda la costa maya. Al pasar sus carritos se sienten las únicas cuatro cagadas que repiten constantemente lxs gringxs con su acento del orto: “amazing” “oh my god” “it’s huge”. Así que empiezo con mi deporte favorito, cada kart de gringos que pasamos o cruzamos, le grito de todo per sonriéndoles. “¡VAMOS CHUPAVERGASSS!” “DALE HIJOS DE RE MIL PUTAS, VAMOSSS! ” Lxs mexicanxs casi se mueren de la risa, mientras lxs yankees sonríen, inconscientes de todo. Entonces yo sigo, poniéndome de nuevo en los zapatos del payaso que era en la secundaria. Los carritos se detienen y se crea una especie de cola. “¡DAAALE MOVETE! LA RE NEGRIDA CONCHA DE TU MADRE”. La cercanía a nuestros objetivos y la situación vergonzosa en la cual lxs estoy metiendo a todxs, nos hacen reír aún más. No podemos parar.
Mientras regresamos a Cancún con el catamarán, llega el resultado del hisopado. Abro el correo con la ansiedad de una apuesta en la que no se gana nada, pero se puede perder un montón de guita. Yo que, desde hace años, hago arbitraje y las apuestas estoy acostumbrado a ganarlas todas, incluso antes de que jueguen. Vamos a ver. NEGATIVO. Me abandono a un festejo a la Pippo Inzaghi. “SOY NEGATIVO, LA PUTA QUE ME PARIÓ’! ¡VAMOS CARAJO!” Y todxs se cagan de risa otra vez.
Mientras seguimos boludeando y tomando, el barco ya casi llega al puerto. Pero nadie quiere que se termine este parche, así que decidimos seguir juntxs con la idea de irnos de rumba a la noche. Yo les cuento que, primero, tengo que encontrar una habitación para esta noche y pues pasar allá a dejar mis cosas. Los chicos me dicen que puedo quedarme donde ellos, tienen una cama más en su habitación. Hotel cuatro estrellas. Acepto. Aunque dudo que me dejaran ingresar, lo intentaremos.
Llegadxs de nuevo a Cancún, Lidia decide regresar a Playa del Carmen, mientras yo me subo al carro de los chicos y nos vamos para el hotel. Hay que definir un poco la táctica, no me puedo presentar allá con la maleta. Sería como decirles “hola boludones, cóbrenme 100 dólares por favor”. Lo charlamos un poco, pero, antes de llegar, ya lo tenemos claro. Estacionamos lejos de la seguridad, yo saco rápido un cambio de ropa para la noche de la maleta y la dejo en el maletero. Pues me pongo la camisa manga larga, para cubrir las muñecas donde ellos tienen la pulsera del hotel, y para disimular aún más, dejo que Saul me lleve la mochila con mis cosas. Nos vamos. La última vez que intenté esta vaina tenía 17 años, en la Riviera Romagnola, precisamente Riccione. Me sacaron del hotel en menos de diez minutos, esa noche dormí en un banco frente a la playa. El vestíbulo está lleno de gringxs que van a cenar temprano. “Dios los bendiga”, dirían en Colombia. Nos mezclamos con lxs pelotudxs y listo. Llegamos a la habitación sin problemas.
Después de una ducha, bajamos al bar del hotel. Hay barra libre. Qué lindo. Cuando ellos deciden irse a cenar, yo me quedo en el bar. Ya me fue bien dos veces hoy, mejor no tentar la suerte. Y pues acaban de servirme un Cuba Libre. Sí, estoy en rehabilitación, pero jamás abandonaría un vaso lleno de alcohol. Es una cuestión de valores. “Perdóname, ¿está ocupada esta silla?” Me pregunta, con acento gringo, una mujer de cincuenta años o más, que tiene una pierna enyesada. “No, por favor”.
La señora pasa tranquilamente los cien kilos y me inspira simpatía. Empezamos a hablar y descubrimos inmediatamente que tenemos algo en común. Ambos somos enamorados y viudos del Río de la Plata. Ella vivió en Uruguay y le encantaría volver, como yo con la otra orilla del río. Nos contamos nuestras vidas allá, tan diferentes por la edad, pero con la misma nostalgia y esto genera inmediatamente mucha empatía. La señora me cuenta cómo se rompió la pierna. O, mejor dicho, me explica que no se acuerda de nada porque había bebido demasiado tequila y se despertó en el suelo, con el vómito al lado y una pierna hecha a mierda. Tremendo. Nos cagamos de risa mientras tomamos nuestros tragos. Qué es lo que hacen normalmente, un hombre y una mujer, antes de comerse. Yo, hace tiempo, acaricio la idea de prostituirme. Para probar esta experiencia: ser pagado para coger. Y la señora, que en mi cabeza ya se convirtió en una sugar mamy, me mira con dos ojos que podrían decir cualquier cosa. Y es exactamente en este momento, mientras me imagino la escena, que entiendo que no. No puedo hacerlo. El jefe nunca se levantaría. Mi primera vez como puto ha sido postergada.
Cuando los chicos terminen de cenar, me despido de la sugar mamy y seguimos tomando en unas reposeras frente a la playa. También acá charlamos como viejos amigos, me preguntan sobre mis viajes, los lugares y la gente. Ellos todavía no salieron de México, pero yo ya les estoy dando ganas, lo harán pronto. Un trago tras el otro, el plan de salir a bailar se va al carajo. Estamos cansados, también hicimos una hora de snorkel durante la excursión. Después de las puteadas en argentino, les enseño también las italianas, y ellos, me cuentan las mexicanas. Una exposición de insultos y dichos, uno más obsceno que el otro. El más pintoresco es sin dudas su versión de “ponerlo atrás” o sea “rempujar los frijoles”. Me cago de la risa. No puedo parar. Entonces me viene a la mente la que podría ser la última broma del día. Preguntar a la primera pareja que regresa de la playa: “¿te rempujó los frijoles?”. Ya imaginándonos la escena, nos reímos mal. Después de quince minutos, por fin, vemos dos subiendo las escaleras de la playa hasta el hotel. Lxs dos no se intercambian ni una palabra, así que no sabemos si hablan inglés o español. También es difícil entender por los rasgos, porque es oscuro. Pero ahora que están a punto de pasar a nuestro lado, la figura de él se hace imponente. Es una bestia de casi dos metros, muy definido, casi el doble más grande que la chica. Los chicos se han dado cuenta de que estoy mirando la pareja y me están esperando, listos para reírse o quizás correr. “Chicos, quizás esperamos la próxima pareja eh?!”