Noche Wayuu
Noche Wayuu

Noche Wayuu

Pues volvemos a la ranchería donde cenaremos y pasaremos la noche. La familia que la maneja es Wayuu, la comunidad indígena más importante de la Guajira. Lxs hijxs, Cesar y Yelisa, tienen más o menos nuestra edad y empezamos a hablar de una. Tengo mucha curiosidad por saber su historia. En la veredea del restaurante hay dxs chivxs, parecen domesticadxs. Mientras tanto, Juan abre una botella de Coca-Cola, dentro parece haber un licor artesanal. El vaso pequeño donde lo vierte me lo confirma. Juan y Fabian, el padre de la familia, toman la primera ronda. “Es chirrinchi, lo hacen ellos. ¿Quieren probarlo?” Paso, firme y resuelto. Todxs lo prueban, excepto lxs niñxs, y tuercen un poco la boca. Parece fuerte. Sé perfectamente que es mejor no saborearlo, pero también tengo curiosidad. A la mierda, lo pruebo. Sólo un chupito. Tan pronto como me lo sirven, lo trago. La puta madre, teniendo en cuenta la graduación alcohólica, es muy bueno. Ya querría servirme otro. El alcohólico que vagabundea en mi cerebro acaba de despertarse. Y acá estamos de nuevo. Por un lado, la dulce tentación, por otro, la amarga de la tremenda resaca que me esperará mañana si cedo. Podría no tomar, quedarme a mirar el grupo beber unos chupitos, con el riesgo de envidiarlxs dentro de unas horas, cuando quizás estarán prendidxs, o podría asumir el mando y emborrachar a todo el mundo, niñxs y cabras incluidxs. Tanto ya sé que es así, con el alcohol no conozco medidas a medias, inútil mentirse. ¿Qué día es? No tengo ni idea. El móvil dice 5 de abril. Entonces, ¿qué hago? ¿Me gasto la resaca del trimestre en el quinto día útil? ¿Qué voy a hacer en los siguientes 85 días? Ésta es, sin duda, la forma más insana de empezar con este nuevo método de las borracheras trimestrales. Así que sí, hagámoslo. Me apodero de la botella y hago mi primera ronda para todxs. Tomamos en el mismo vaso, que me parece una de las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud para prevenir la pandemia. “¿Entonces no eres abstemio?” Me provoca Fabian, al que rechacé más de una cerveza durante el viaje, “no tranquilo” le contesto con una sonrisa picara mientras preparo otra ronda de inmediato. Ahora sí, puedo relajarme y volver a concentrarme en lxs Wayuu. César está sentado a mi lado y retomamos el tema. Ellxs son la población indígena más grande de Colombia y Venezuela. De hecho, el territorio Wayuu se extiende también más allá de la frontera colombiana, pero ellxs no necesitan documentos para pasar de una parte a otra, porque esta tierra les pertenece desde antes de que nacieran los dos estados. Lxs Wayuu tienen una historia milenaria y resistieron también a lxs conquistadores españoles. “Nunca fuimos esclavos, con ellos hacíamos solo intercambios, nunca nos conquistaron”. Que chimba hijueputa. Ahora lo estamos escuchando todxs. Voy a hacer otra ronda de chirrinchi. Esta comunidad luchó siempre por su autonomía y por su territorio, resistiendo a las numerosas avanzadas de los gobiernos de Colombia y Venezuela. Todo esto me fascina terriblemente. Ahora que ambos países han reconocido constitucionalmente una autonomía extralegal a la población, las principales amenazas, según Cesar, son las multinacionales, interesadas en las salinas y en las minas de Guajira. “¿Cuál es su relación con la política y con el gobierno colombiano?” “No manejamos política gracias a Dios”. Uy gonorrea, que chimba este man. Sirvo otra ronda de chirrinchi después de esta perla de sabiduría. La comunidad Wayuu está organizada en una treintena de clanes, cada uno con su propio animal totémico. A diferencia de lo que se puede leer por internet, su sociedad no es matriarcal, sino matrilineal, es decir, centrada en el núcleo familiar de la madre. La mujer juega un papel importante en la política y en la organización del clan, pero quien manda es el hombre, precisamente el tío materno. Hago otra ronda de chirrinchi. Las jóvenes wayuu, en el primer ciclo menstrual, comienzan un proceso de preparación a la boda durante el cual no salen de su casa por un año Ahora la tradición se está perdiendo un poco, algunas chicas se limitan a seis o tres meses de clausura, pero respetan la costumbre. “¿No pueden salir?” Pregunta alguien, César sacude la cabeza mientras yo hago otra ronda de chirrinchi. Las bodas son arregladas, pero son los padres del novio que deben pagar una dote a la familia de la esposa, en la mayoría de los casos joyas pero también animales y efectivos a veces. Él puede ir a tratar con la familia de ella o enviar a su tío. Entonces le pregunto “¿la chica puede elegir no casarse?” “Antiguamente no, ahora puede pasar que opine sobre el asunto, pero igual la familia puede obligarla”. Mierda. Hago otra ronda de chirrinchi para bajar esta historia. César nos explica que su cultura contempla la poligamia. También este aspecto llama mi atención. Para mí, la monogamia es una gran farsa, uno de los legados más hipócritas de la religión católica. En un mundo verdaderamente laico, como al que aspiramos, la monogamia debe ser sólo una opción y no la única solución posible. Ya estoy preparando otra ronda a favor de la poligamia, cuando él precisa que, en realidad, sólo el hombre puede ir con otras mujeres durante el matrimonio y tener más esposa, mientras que la mujer sólo puede hacerlo si se disuelve el vínculo. Todo esto me parece profundamente injusto, pero el chirrinchi ya está listo y lo tomamos igual. Esta vez, Fabian decide que ha llegado el momento que su hijo, de sólo diez años, empiece a beber y los dos comparten el chupito. La mamá los mira y, aunque no parezca estar muy de acuerdo, se queda callada. Ya estamos con la segunda botella y Vanessa me dice de bajar la velocidad con el chirrinchi, pero yo no le hago caso. Los wayuu tienen su propio idioma y sólo uno de cada tres habla español, la mayoría de la población no ha recibido ningún tipo de educación formal. César está metido en la formación de su gente y frecuentemente trae material educativo a las familias. Hago otra ronda de chirrinchi en su honor. El alcohol empieza a hacer efecto y la mayor parte del grupo ya no puede seguirnos el ritmo. La economía wayuu se basa principalmente en el pastoreo y la producción textil. César nos explica que además de las cabras también crían bovinos, caballos y burros. No desprecian la pesca, pero los productos textiles son los que lxs hicieron más famosos en el país. Muchas de las hamacas que se encuentran en Colombia fueron producidas en la Guajira, está la clásica, rígida, de tela y la abierta, cosida a red, que ellxs llaman <<”chinchorro”>> más suave y elástica. Hago otra ronda de chirrinchi. Ahora sólo quedamos Juan, Fabian y yo tomando. Hoy el problema principal de los Wayuu es el agua. De los pozos se extrae cada vez menos y, la de botella es cara. Como consecuencia, aumenta la desnutrición, la tasa de mortalidad infantil y las enfermedades relacionadas con el consumo de agua no potable. Hago otra ronda de chirrinchi.

Cuando llega la cena ya estamos todxs rotxs. A llevarla es la mamá de César y Yelisa, que nos explica los diferentes platos que pone a la mesa. No entiendo un carajo, además que la carne es de chivo. Me doy vuelta buscando los que paseaban por acá hace un rato y no los veo más. ¿Será que los mataron y los cocinaron así de una? Estoy tan en pedo que todo me parece posible. En todos casos, hago otra ronda de chirrinchi. Lentamente, pero inexorablemente, mi cerebro se apaga.

Me despierto todavia borracho, además con raras sensaciones. Me siento como si me hubieran atado. Apenas abro los ojos, la luz del día me ciega y puedo apenas entrever mis piernas envueltas en una cosa colorida que se aprieta hasta volverse una cuerda que sube hacia el cielo. Ay gonorrea, ¿qué carajo está pasando? Ahhh bueno, estoy tumbado en una hamaca, envuelto en el chinchorro como una larva. Me río como un estupido borracho que acaba de despertarse. Alrededor hay otras hamacas, pero están todas libres, sólo oigo voces bajas desde la ranchería. Tengo un dolor de cabeza brutal. No sé si bajarme de esta vaina, por lo malo que estoy, podría voltearme fácil.

Llego al restaurante en pijama, la mayoría ya están sentadxs desayunando. Tengo unos vagos recuerdos de anoche, puede que haya hecho o dicho cualquier cosa, así que mejor mantenga un perfil bajo. Lxs colombianxs son increíbles, incluso después de tremendas borracheras, madrugan y desayunan con huevos, frijoles, tocineta y otras porquerías fritas. Solo ver toda esa comida a esta hora, me revuelve el estómago. Le doy dos mordiscos a la arepa, pero ya me doy cuenta de que mi estómago no está en condiciones. Mejor tomar un poco de agua. Estoy empezando a recordar algunas imágenes de anoche. Primero, yo entrando en el baño, intento llegar al baño en vano y vomito por todas partes. Quizás si alguien se habrá dado cuenta, por las dudas me hago el boludo. Todxs estamos un poco rotxs, excepto Fabian, que se ríe y bromea mientras come como si nada. Tiene más de 50 años el hijo de puta y miralo cómo está, impecable parece. Yo ni siquiera tengo 30 y mírenme, hecho mierda, flojo como un forro usado.

Ya se acabó el tour, se vuelve a Riohacha, nos esperan ocho horas de camino de mierda, con esta tremenda resaca. Ay, la puta que me parió, esto no lo había tenido en cuenta anoche.

Paso tres horas puteándome por haber cedido a la tentación del alcohol, con la mano fija en el mando de la ventana en caso de que tenga que vomitar otra vez. En el coche nadie dice una palabra, Juan eligió salsa y vallenato hoy, mientras que Fabian a su lado parece dormir. A la primera parada ya estoy mareado. Delante de mí centenares de cactus. Nunca vomité sobre un cactus, podría haber llegado el momento. Lo pienso un rato, mientras los demás se quedan en el coche. No, todavía puedo aguantar. Subimos al auto y después de otras tres horas paramos en Uribia para almorzar. Me siento un poco mejor, quizás zafé. Fabian se baja y empieza a vomitar, pero con todo. Parece que no soy el único que está hecho a mierda. Me siento en la cabecera de la mesa. De comer, ni hablar; sólo tomo mi vaso de agua y disfruto de la escena. A mi izquierda, lxs dos hijxs y la esposa de Fabián comen tranquilxs, mientras que al otro lado él está detonado, inerme, con la cara aplastada sobre el mantel. Hermoso.

“Vinimos de paseo, no para emborracharnos” lo regaña su mujer mientras nos subimos al coche. Para Fabian es fácil ignorarla, no habla desde hace cinco horas. Y no lo hace ni una hora más tarde, cuando con solo un gesto de la mano hace entender a Juan que debe detenerse. Otra ronda de vómito y nos ponemos de nuevo en camino.