La sombra de Pablo Escobar
La sombra de Pablo Escobar

La sombra de Pablo Escobar

La ciudad está dividida en dos. El río Medellín la corta casi simétricamente. Mitad de la metrópolis se adentra en el lado occidental del valle hasta la Comuna 13, otra mitad en el este hasta el túnel para Rionegro. Cada atardecer, por unos minutos, la parte oriental permanece en la sombra, mientras que la occidental sigue siendo besada por el sol. Mientras en Robledo comienzan a encenderse las primeras luces de la tarde, en Las Palmas o en Santo Domingo gozan del atardecer. Medellín es así. Mitad luminosa, mitad oscura. Mitad de la ciudad lo odia, otra mitad lo ama. Mitad se avergüenza, otra mitad lo diviniza. Pasaron casi tres décadas desde su muerte. Treinta años son muchos pero la sombra de Pablo Escobar sigue dividiendo la ciudad. 

Es fácil entender a la mitad que ni siquiera quiere oír hablar de él, que las series tv sobre él no las ve por principio, que critica incluso a los que bromean sobre el tema, que condena el narcoturismo y todo lo que tiene que ver con el Patron. Es fácil entenderla porque Pablo Escobar no solo ensangrentó el país, si no que lo aterrorizó con secuestros y atentados, lo usó como rehén mientras negociaba su entrega con el gobierno. (Precisamente de esta negociación habla ‘Noticia de un secuestro’ de García Márquez, que para mi es un libro fundamental para entender el país). El odio creciente hacia el narcotraficante se deriva también del hecho de que desde hace treinta años, en todo el mundo, Pablo Escobar es Medellín y Medellín es Pablo Escobar. Y los colombianxs tienen razón, realmente es una pena que una ciudad tan hermosa todavía tenga una fama tan mala, que estos dos nombres todavía estén tan indisolublemente emparejados después de tres décadas.  

No es tan fácil intuir y comprender las razones de la otra mitad, la que todavía lo idolatra. Sería una estupidez reducirlo todo al énfasis del mito, a la infatuación por el personaje cinematográfico. No es eso. La verdad es que Pablo Escobar fue algo más que la versión colombiana del Padrino. Pablo Escobar fue un genio del mal y un Robin Hood al mismo tiempo. 

En pocos años pasa de delincuente callejero a ser el Patrón de la ciudad, en un cierto punto casi del país entero. Sí, porque en un momento es tan poderoso que realmente fantasea con ser presidente de Colombia. Pecado de hybris que se revelará ser el principio de su fin. En el ‘83 Pablo se dirige por primera vez al Congreso como diputado, se le impide el acceso porque no lleva corbata, entonces compra la de uno de los agentes de seguridad por una suma de dinero descomunal. La escena es tremendamente emblemática: Escobar quiere comprarse el país y tiene plata para hacerlo. En 1987, Forbes lo incluye en la lista de los hombres más ricos del mundo. Permanecerá allí todos los años hasta su muerte. Dos años más tarde su patrimonio se estima en 25 mil millones de dólares. Poco después es buscado por el estado colombiano, la DEA, la CIA, el cartel de Cali y también por Los Pepes. Todos lo buscan, pero nadie lo encuentra. Se ve obligado a esconderse, pero no retrocede sino que va al ataque. Hace explotar coches, aviones, edificios enteros y al mismo tiempo secuestra a personalidades del establishment colombiano. Aterroriza al país, pero sobre todo presiona al gobierno. Quiere una reforma de la constitución que prohíba la extradición, la obtiene. Acepta rendirse con la condición de que la prisión sea su propiedad y que la vigilancia esté compuesta por sus hombres, lo obtiene. Tras meses de negociaciones agotadoras, se entrega a las autoridades. La prisión pronto se conocerá como la Catedral por la suntuosidad y los objetos de lujo en su interior. Leyendas cuentan que en la cancha de fútbol de la estructura jugaron campeones de clase mundial como Maradona, una historia que el propio Diego confirmó y luego desmintió. Escobar continúa administrando sus tráficos desde dentro de la prisión. En el ‘92 dos socios del cartel son invitados a la Catedral y no vuelven a casa. El gobierno de Bogotá envía al ejército pero cuando entra en la “cárcel de máxima seguridad” es tarde. Pablo y sus compinches ya han escapado hace horas. Es la peor humillación de la historia de Colombia. Desde ese momento el Patron será fugitivo hasta su muerte en 1993.

Durante estos años, sin embargo, Pablo Escobar no solamente traficó drogas a nivel internacional. En Medellín financió hospitales, iglesias, programas de alimentación, construyó canchas de fútbol, casas, edificios e incluso un barrio entero. Sin mencionar a todas las personas a las que dió trabajo, legalmente o no, eso es otro tema. En muchos barrios, para mucha gente pobre, llenó el vacío dejado por el estado y esto contribuyó a su prestigio y a su leyenda más que cualquier otra cosa. Si todo esto lo hizo con fines políticos y no puramente caritativos, nadie podrá saberlo. La gran fuerza de las mafias siempre fue tener a las comunidades de su lado, ser reconocidas como una alternativa mejor al estado. De esto deriva automáticamente la confianza, la complicidad y la devoción de la gente. Desde afuera se podría fácilmente objetar que todas estas buenas obras fueron realizadas con dinero sucio. Por lo tanto, se podría cuestionar la ética de quienes aceptaron este dinero y todavía lo valoran. Ok, ¿pero ustedes creen que se puede cuestionar la ética de una donación cuando no se tiene comida? Creo que no. Por eso es perfectamente comprensible que, para muchxs, él haya sido y será para siempre el Robin Hood paisa. Pablo fascinaba no sólo desde un punto de vista social, sino también “ideológico”, también aquí obviamente con el beneficio de la duda sobre su sinceridad. Escobar quería romper los esquemas clasistas de una sociedad conservadora como la colombiana, soñaba con un país en el que los pobres pudieran tener éxito y tal vez intentó realmente darles las herramientas para lograrlo. Además, condenaba el uso de la cocaína, teorizaba que ésta debía venderse solo fuera de las fronteras nacionales, que ese sería el medio para redistribuir la riqueza a nivel internacional. Más precisamente de Estados Unidos a Colombia. No es casualidad que durante una de sus muchas negociaciones con el Estado se ofreció para pagar toda la deuda pública del país. 

“Esta ciudad ya es un hijueputa mierdero. Hace años no era así, créame”. El taxista me está dando una asistencia que no puedo no aprovechar. “¿Cómo era la ciudad con él?” “Cuando estaba Escobar la ciudad era una maravilla señor! Limpia y decente. No digo que no hubiera drogas, pero mira ahora. Putas y periqueros por todas partes. ¡Es una vergüenza!”. Le sigo el juego para ganar confianza y luego le pregunto: “Cierto, pero en los últimos años del Patron, entre los tiroteos, las bombas, no debe haber sido fácil, ¿no?” “No, pero le digo una cosa. En un atentado yo perdí dos primos, pero igual yo prefiero la Medellín de Pablo Escobar”.

Otra carrera, otra historia. “Imaginese que Juanito fue despedido de una funeraria en ese entonces y no tenía dinero para alimentar a su familia. Pidió ayuda y cuando lo supo, el Patron le regaló el dinero necesario para montar su propia empresa. Unos años más tarde, cuando las cosas se le complicaron, el Patron lo llamó y le explicó cómo podía devolverle el favor. Juanito comenzó así a llevarlo por toda la ciudad dentro de un ataúd con su coche fúnebre. Un hijueputa genio el tipo”.

La subida a la Catedral es la calle más inclinada que vi en toda mi vida. Subiendo te das cuenta de por qué Pablo la eligió entre las muchas propiedades disponibles. La famosa prisión en las alturas de Envigado, que es el municipio al lado de Medellín, tiene una sola vía de acceso fácilmente controlable y mira todo el valle desde arriba. Tan pronto como llegamos vislumbramos un grupo de cuatro personas que nos precede en el sendero que rodea la antigua penitenciaría y apenas advertimos la voz de un personaje que todo parece menos un guía turístico. “Por ahí con Pablo y Gustavo nos reuníamos con los invitados, mientras este es el famoso campo de fútbol…”. Me doy vuelta incrédulo hacia Vanessa, que está tan perpleja como yo. Nos acercamos con desenvoltura, como si nada, hasta que el hombre que habla viene hacia nosotros y nos dice: “Buenos días, chicos, este es un tour privado. Yo soy un ex guardaespaldas de Pablo y Gustavo, alias Carrieton! Vengan pues, aquí les muestro el video de History Channel. El tour fue contratado anteriormente, pero si a ellos no les molesta pueden quedarse con nosotros y escuchar la verdadera historia de Pablo Escobar”. Jueputa. Sí.

Carrieton me propone de inmediato sacarnos una foto, yo no estoy particularmente entusiasmado con la idea, las fotos suelo sacarlas a los paisajes y no a mi, pero ya que insiste nos ponemos a posar en el helipuerto de la Catedral. Solo mientras Vanessa la toma, me cae la ficha. Estoy al lado de un sicario. Es extraño porque ahora parece una persona normal, hasta simpática diría, además no deja de coquetear con Vanessa, lo que lo hace aún más divertido. Pero si lo miro bien, en sus ojos es como si todavía pudiera ver la muerte. “Por allí nos divertimos mucho” nos dice señalando una parte del complejo “todas las mujeres más hermosas del país y también del mundo pasaron por esa puerta. Él fumaba y bebía, pero nada de coca. El patrón solo fumaba porritos, tomaba aguardiente, ron y cerveza. Se hacía enviar cajas de Heineken directamente desde Holanda …. Esta casita estaba dedicada a las fiestas lesbo, solo espectáculos lésbicos nada más. Mientras ahí arriba vivían la familia y los padres de Pablo …. Por aquí, en cambio, escapamos esa famosa noche, caminamos durante horas hacia el este hasta llegar a una finca donde todo estaba listo para escapar de la ciudad”. 

Carrieton nos espera en el cementerio para la última parte de la gira. Hasta ahora, el guardaespaldas de Escobar nos ha contado las anécdotas habituales que cuenta a todos, su historia habitual, su gira habitual. Estamos caminando todos hacia la tumba de Pablo, él nos sigue un poco distanciado, siento que este es el momento, así que me acerco y, cuando estamos prácticamente solos, me atrevo a preguntarle: “¿Qué hiciste cuando Pablo murió?”. No esperaba mi solicitud, no estaba incluida en el precio del tour. Lo incomoda y me lo deja entender con un silencio solemne, digno de la importancia de aquel momento. No es una pregunta que se hace así a quemarropa, pero esta era mi única oportunidad. Carrieton levanta la mirada y planta sus ojos negros en los míos, como si quisiera medirme, entender si soy consciente de la pregunta y digno de la respuesta. “Cuando murió Pablo tuve que ir a verlos” quiere decir los pepes y quizás también el cartel de Cali “si no iba me habrían matado, no tenía otra opción. Fui, pedí perdón y me perdonaron la vida”. Tremendo. Tengo muchas más preguntas que hacerle, pero siento que solo tenía un tiro en la recámara. Carrieton me lo confirma alejándose. Se hace la señal de la cruz y se detiene a varios metros de la tumba. 

Aquí termina el tour. Aquí descansa Pablo Emilio Escobar Gaviria. Su epitafio es, en mi opinión, uno de los más acertados, poéticos y controvertidos de la historia.

Fuiste un conquistador de sueños imposibles, más allá de la leyenda que hoy simbolizas; pocos conocen la verdadera esencia de tu vida.