Medellín (roja)
Medellín (roja)

Medellín (roja)

‘¿Qué hago acá?’ Me pregunto, desparramado en el sofá de mi departamento, en el piso 23 de Nueva Alejandría. El “palacio de vidrio” como lo llama Moises. Ya pasaron tres meses desde que llegué. Tres meses de rumba, mujeres preciosas, piscina, alcohol y otras vainas. “Que linda vida la tuya” me dicen mis amigxs de acá. La verdad que acá en Medellín me cago de risa, pero no soy del todo feliz. Raramente estuve tan culturalmente disociado del lugar donde me estaba quedando. La cultura paisa por ciertos aspectos me fascina, por otros pero me parece lamentable. Igual la culpa es únicamente mía. Vine acá con la esperanza y la ilusión de encontrar algo que me hiciera extrañar menos, mi querido y todavía inalcanzable, Buenos Aires. Pero no. Estuvo aún peor. Ahora me hace aun mas falta. Si Buenos Aires es heroína, Medellín es methadone. 

A través de la pared de vidrio, miro la metrópoli antioqueña desde arriba. Es tremendamente hermosa. Toda vegetación y pisos de ladrillo. Verde y roja. La amo y la odio. Quizás sea esta vista que me tiene atrapado aquí. Estoy tan alto que la distancia física se coincide con la distancia anímica que llevo con este lugar. Este mes voy ganando 11 mil dólares con el trading. Hace dos años, cuando trabajaba en la oficina, tenía que laburar un año para ganar esa cantidad de plata. ¿Debería ser feliz, no? La verdad que, una vez más, mi vida me está mostrando como la plata no es absolutamente nada. No estoy donde quería estar. Y esto es todo. Hasta hoy, creía que lo único que no se podía comprar fuera el tiempo. Por esto decidí vivir aprovechándolo al máximo. Ahora la pandemia me pone de frente a una nueva realidad: tampoco el espacio está en venta. Por cuanta plata yo podría ganar, las fronteras argentinas siempre estarían cerradas. Y por espacio no me refiero a mi último depto con piscina en Buenos Aires. Me refiero a mis amigxs, a la gente que vive en ese lugar, a su cultura, a las emociones, a las experiencias, a las canchas de fútbol, a los bares, a las exposiciones,  a los asados, a mi entera vida allà. Por esto Medellín jamás será Buenos Aires. Es más, por muchos aspectos, Medellín es la antítesis de la capital argentina.

Buenos Aires, el pluralismo cultural, lo tiene en la sangre. Síntesis perfecta entre el viejo y el nuevo mundo. Un puerto latinoamericano orientado hacia Europa. Buenos Aires es la ciudad cosmopolita por excelencia. Medellín, como mucho, es cosmoyankee. La capital antioqueña es una maravilla escondida en medio de un valle, a lo largo de la cordillera central de los Andes colombianos, a 1500 metros de altitud. Ciudad natal de uno de los más grandes artistas latinos del último siglo, Fernando Botero, pero desafortunadamente no es con él que salta a los titulares de la prensa internacional. De hecho, la metrópolis colombiana se vuelve famosa en todo el mundo solo en los años ‘80, gracias a Pablo Emilio Escobar Gaviria. No exactamente una buena publicidad. Los últimos años del Patrón son los más sangrientos. De las balas se pasa a las bombas y los asesinatos se disparan. Después de su muerte, sin embargo, las cosas cambian y en el nuevo milenio, Medellín se convierte poco a poco en una ciudad segura, a la vanguardia y un destino turístico muy codiciado por varias razones. Vida nocturna y paisajes naturales, pero también drogas y prostitución. Excepto los venezolanos, aquí los yankees son los más numerosos. No creo exagerar si escribo que más del 90% de ellxs son hombres. Cualquier conclusión al respecto sería superflua. Muchos de ellos se comportan como si esta fuera su propia colonia. Algunos siguen hablando únicamente en inglés, a pesar de vivir aquí ya hace años. Piensan que con los dólares se pueda comprar todo. Desafortunadamente, muchxs colombianxs se entregan a esa vaina. “Hay que sacar provecho de todo” es el mantra. 

América Latina es históricamente hostil a los Estados Unidos debido a todos los abusos, atropellos e injerencias de los diferentes gobiernos de estrellas y rayas a lo largo de los siglos. Pero Colombia es una excepción. En primer lugar, este es el único país latino en el que siempre ganó la derecha, y en segundo lugar, la historia de los dos estados se ha entrelazado más dramáticamente varias veces debido a la cocaína. No sé si también aquí se puede hablar de una “deuda histórica” como la que también tenemos los italianos con los norteamericanos por habernos liberado del nazifascismo. En este caso, a Washington no le importaba una mierda de Escobar y de su país, el problema era la impresionante cantidad de dólares que se movían en esa dirección. Sin embargo, el hecho es que los gringos han desempeñado un papel importante en la lucha contra el narcotráfico. Y si Colombia nunca se convirtió en un narco estado, seguramente también es gracias a ellxs. Por estas y otras razones, aquí en Medellín se percibe incluso admiración hacia Estados Unidos. El sueño colombiano se está convirtiendo ni más ni menos que en el sueño americano. El idioma inglés y los dólares se convierten en los requisitos clave para poder vivirlo. E incluso a nivel cultural, la influencia yankee es cada vez más palpable. Individualismo, materialismo, consumismo, superficialidad y oportunismo. Las nuevas generaciones están cediendo a la ilusión de que el dinero haga la felicidad traicionando de hecho una cultura, la colombiana, complicada pero al mismo tiempo maravillosa. 

Volviendo a Medellín, en mi opinión, además del sueño americano, la cultura Paisa es históricamente víctima de otras tres influencias culturales letales. Religión católica, narcotráfico y reggaeton. La primera implica la culpa y la vergüenza, el patriarcado, el machismo y un enfoque anacrónico de la sexualidad. De hecho, el feminismo en Medellín por ahora es un espejismo lejano. Los hombres no están preparados para tener una relación de igual a igual con el otro sexo y, por otro lado, la mayoría de las mujeres ni siquiera piensan en renunciar a todos los beneficios del machismo. En Antioquia, a veces los camareros ni siquiera ponen la cuenta sobre la mesa, sino que la llevan directamente al hombre. Claramente no es una casualidad, las posibilidades de que una mujer pague lo suyo son realmente infinitesimales. La presencia de tantos turistas americanos no hizo más que empeorar la situación en este sentido. Los hombres, en su mayoría aburridos, que tienen poco que ofrecer además de sus dólares, atraen a mujeres cada vez más interesadas. Una dinámica ya consolidada, en constante aumento y difícilmente reversible. 

La idea de que es el hombre quien debe proveer a la mujer, tanto económicamente como a nivel de seguridad, es de hecho parte integrante de la subcultura narcos y en parte también de la reggaetonera. Esta última está cambiando, pero el intento de liberarse del machismo es muy reciente y se debe a unos pocos artistas, en su mayoría mujeres. La posesividad y la violencia de género siguen siendo muy actuales en la cultura Paisa. En un contexto tan cerrado, se hace mas dificil hablar de temas como los de las parejas abiertas, de la poligamia o del poliamor. También aquí, como en Italia, se prefiere la hipocresía fácil de traicionar y mentir antes que la transparencia de la confrontación y de la aceptación.   

El legado de los narcos es fácil de imaginar. Aunque ahora Medellín sea una ciudad segura, la historia atormentada de esta ciudad y de este país dejó su huella y la violencia sigue siendo inevitablemente parte de la cultura. La gente está acostumbrada. Se percibe por los relatos, por los parientes asesinados, por la preocupación ante ciertos inconvenientes y por las reacciones a determinadas situaciones. Aquí ya no se dispara más tanto, pero la pistola todavía sigue cargada debajo de la barra. 

Además del machismo, el reggaeton siempre hizo pasar el materialismo, el consumismo y el individualismo como valores y medios de medición. Y Medellín, en este momento, es la capital mundial del reggaeton. Si bien antes fue Puerto Rico, ahora artistas como J. Balvin, Karol G, Maluma, Feid, Ryan Castro y el Paisa de adopción Nicky Jam movieron definitivamente el epicentro del género a Colombia.  

Por no ser feminista, por no valorar a Botero y García Márquez en lugar de Escobar y Maluma, por no ser cosmopolita, por perseguir el sueño americano, por ser todavia tan católica, por no tener el coraje de ir más allá de lo que ha sido, por todo esto y mucho más odio Medellín. La odio como se odia un futbolista con un talento sobrenatural que se pierde en los vicios de la noche y en la cancha no rinde como podría. La odio pero también estoy perdidamente enamorado de ella. Medellín es así. Verde y roja. Amor y odio.