Bajo ketamina, Christiania me parece aún más mística de lo que ya es. Acabamos de dejar atrás la parte “ciudadana” y estamos caminando por este sendero que bordea el canal, como niñxs curiosxs y extasiadxs. Gerson, el amigo mexicano de Gian, nos pregunta si queremos inhalar una cosa arenosa que consiguió de un chamán. Teniendo en cuenta que cada vez que sopla su nariz sale algo asqueroso marrón, puedo resistir la tentación. Seguimos deambulando y nos perdemos en este bosque que parece encantado. De vez en cuando descubrimos algunas casas, son fascinantes. Muy distinguidas, en sus formas, en sus colores y en sus materiales. En general, casi todas tienen muchas ventanas que permiten ver el interior. Las personas dentro nos sonríen y nos saludan con la mano. Parece una gran alucinación.
La ketch fabuliza la realidad, altera los sentidos, intersecta la perspectiva, mueve los escenarios, matiza los colores, jode el sentido de la orientación y genera gran confusión, pero no da alucinaciones. Christiania es realmente así. Una comunidad autogestionada dentro de Copenhague, fundada y habitada por verdaderxs hippies. Basada en el respeto, la libertad y unas pocas reglas simples. En Christiania está prohibida la violencia, por lo tanto las armas, pero también los coches, los fuegos artificiales y las drogas pesadas. Regla apenas infringida. Mientras que la marihuana y el hachís son permitidas y oficialmente legales dentro del perímetro. Además, no se puede tomar fotos, ni correr, para no perturbar la paz de lxs habitantes. Este viaje está resultando cada vez más sorprendente y distorsionado. Hace tres o cuatro semanas, Gian me habló del festival de música electrónica que se organiza aquí en Copenhague todos los años a principios de junio. Tardó unos diez minutos en convencerme de que viniera con él. Reservé el vuelo esa misma noche. Estaba tan en pedo que me equivoqué en la fecha de vuelta. A partir de ahí, la situación jamás se enderezó. ‘Distortion’ es el nombre del festival, así como el mejor título para estos días. Anoche estábamos en una de las fiestas, bailando en medio del bosque, envueltos en una atmósfera de fábula, amplificada por la ketamina. El escenario, a pesar de ser siempre el mismo, no paraba de revelarse en sus mil facetas. Imposible describir la mística de los colores que se sucedieron en las primeras luces de la mañana, la sorpresa al verlas tan pronto y la sensación de haber perdido completamente la concepción del tiempo. En realidad, aunque re drogado, no había perdido ninguna concepción, o tal vez sí, pero no la del tiempo. Simplemente, en verano, en Copenhague oscurece muy tarde, más o menos hacia las once, pero ya a las tres el cielo vuelve lentamente a iluminarse.

Esta historia me desfasa un montón. Demasiado día, demasiada luz, demasiadas fiestas. No se duerme nunca. En invierno, al revés, sólo tienes unas pocas horas de luz. Dos amigos de Gian me contaron que, a pesar del frío, en los días peores suelen salir a la terraza para aprovechar los únicos 15 minutos de sol. Creo que nunca estaré listo para vivir aquí, para mí el sol lo es todo. A pesar de eso, la ciudad me encanta. Es multiétnica, vanguardista, underground, joven, liberal, limpia, verde y extremadamente vivible. Aquí, a pesar del frío invernal, todxs se mueven en bicicleta. Incluso las plantas de tratamiento son hermosas. Lo que se ve a lo lejos en la foto de portada se llama Copenhill, lo diseñó Bjarke Ingels y es uno de los más ecológicos del mundo. En el techo inclinado se puede hacer senderismo, escalada e incluso esquiar.
Fueron días frenéticos y la verdad no conocí a muchxs daneses. Parecen ok, aunque a primera vista son un poco fríos. Me lo confirmó Gerson, cuando le pregunté que extrañaba más de su tierra y me contestó “el calor de la gente”. Estos días nos conectamos mucho, no sé si fue la droga o el hecho de que él también es latino. En todos casos, para ambos fue un placer hablar un poco de español en medio de tanto inglés. Él y lxs otrxs amigxs de Gian me parecen un buen grupo, se conocieron durante una maestría, ahora alquilaron un garaje gigante cerca del puerto y han creado un “club” autogestionado donde hacen iniciativas, fiestas y lo que sea. La onda es muy buena. El lugar todavía es un quilombo de chatarras, pero lo están amoblando bastante bien, con muebles y objetos raros que consiguen en los mercados de pulgas o directamente en la calle. Dos noches dormimos ahí. Claramente no hay baño, de día se mea fuera mientras que de noche al no poder abrir cada vez el portón del garaje toca orinar en los vasos de cerveza. Lo mejor de todo fue ver a Gerson darles una enjuagada rápida al día siguiente y volver a ponerlos en la barra como si nada. A partir de ahí, Gian y yo nunca más volvimos a tomar nada que no fuera en una botella. Gerson, anoche mientras usaba un pañuelo tras otro para sacarse de la nariz toda la arena que se había metido durante el día, nos confesó que desde hacía varios días oye voces. Esto sí, creo que tiene que ver con la droga.