Barcelona
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Barcelona

Después de pasar la mañana hablando de maestría, es un placer perderme en los callejones del barrio gótico. Barcelona es hermosa, más de lo que recordaba, igual ahora no estoy más seguro de querer vivir acá. Barcelona era más que favorecida. Pero, desde el momento en que llegué, las apuestas sobre esa ciudad  empezaron a pagar cada vez más, en lugar de bajar. Yo tampoco entiendo lo que me está pasando. Así que intento reflexionar con mí mismo, analizar los eventos, interpretar las sensaciones, racionalizar todo, porque las probabilidades de mi próxima ciudad las está dando mi subconsciente y, hasta ahora, yo solo me quedé mirándolas mientras se movían, hasta que se volcaron. ¿Qué carajo pasó esta semana? El primer impacto con la ciudad fue excelente. A pesar de la resaca valenciana, en cuanto bajé del micro me sentí como en casa, porque a Barcelona ya fui unas veces. Me fascina mal. Y el Sonar, su festival de electrónica, siempre fue una cosa de locxs. Pero luego empecé a vivirla, y poco a poco, mis certezas se desmoronaron. Lxs catalanxs no me dieron buenas vibras, lxs encontré poco acogedorxs y sociables, más bien cerradxs, hasta nerviosxs a veces. La comunidad parece estar a punto de explotar, agotada por esta lucha interminable contra el estado central. De la independencia se habla cada vez más pero su logro no parece estar a la vuelta de la esquina, mientras que los efectos secundarios ya son palpables. Todas las personas con las que hablé afirman que el aumento de la criminalidad y de la inseguridad por las calles, visto en los últimos años, no es una casualidad, sino el efecto de una medida calculada del Gobierno de Madrid, la cual empezó con el recorte de fondos para la policía de Catalunya. Un taxista me contó que, hace unos meses, el rapero Pablo Hasel fue condenado por sus textos contra la policía y la familia real española con las acusaciones de enaltecimiento del terrorismo e injurias a la corona. La ciudad está re picante y las relaciones humanas se ven claramente afectadas. Aquí muchxs no me responden ni siquiera si pregunto en castellano, otrxs, en cambio, me contestan en catalán, fingiendo malamente no saber otros idiomas. Esto quizás se podría entender si yo tuviera acento de Madrid, pero no, está clarísimo que soy extranjero y que ya me cuesta mucho hablar en español. Aquí en Barcelona todo se está convirtiendo en una cuestión política. Quizás estoy en el lugar correcto en el momento equivocado.

Estoy compartiendo la casa con la dueña catalana, una chica de unos 30 años, fría y no particularmente simpática, una de esas que no pierde la oportunidad de romperte los huevos por cualquier cosa. Mientras que el otro inquilino es venezolano y me hace reír un montón. Cuando llego a casa lo encuentro siempre fumado, en el sofá, solo o con amigxs, pero siempre con una energía increíble. “Hola papi! ¿Como estas? ¿Todo bien? Cuéntame que hiciste hoy mi pana” me dice cada vez. Además de fumar porro y cagarnos de risa, charlamos también de cosas serias. El me contó la dramática situación de Venezuela, donde la dictadura de Maduro se está revelando cada días más desastrosa. Todxs sus amigxs se fueron del pais o están a punto de hacerlo. Ya no es más una migración, si no una diáspora. La última esperanza que tiene el país, según él, se llama Juan Guaidó.

La otra noche me fui de rumba solo y fue una prueba importante porque hablé con muchxs de mis coetánexs. Allí también, catalanxs y españolxs, no se demostraron particularmente cálidxs y abiertxs, mientras que la pasé bárbaro con un grupo de argentinos y con una colombiana. Sudamérica no me suelta y encima ahora es una opción concreta. No me lo esperaba ni un poco, en vez Belén me consiguió un curso personalizado que cumple con los criterios de la beca. Ahora Buenos Aires está y da miedo, a las otras contendientes, pero también a mí. Hasta hace unas semanas, cuando pensaba en expatriar, ni siquiera pensaba en irme a vivir en ultramar, “al otro lado del mundo” como dicen mis padres. No me imaginaba fuera de Europa, ni lejos del Mediterráneo. Nunca he vivido fuera de Italia y quizás mudarme directamente a otro continente es un poco arriesgado. Pero ahora Buenos Aires está ahí, que me tienta y me asusta al mismo tiempo. Mis padres, mi amor y muchas otras personas queridas, me presionan para que ni siquiera considere irme tan lejos. No quiero decepcionarlxs, pero algo dentro de mí me dice que esta opción hay que tenerla en cuenta. Porque con América Latina hay algo que, en este momento, tampoco puedo explicar, pero que seguramente no puedo ignorar. Y cada latínx que estoy encontrando en mi camino, con su energía y su calor, parece estar ahí para recordármelo. Es claro que esta es una de esas decisiones que te cambian la vida. Probablemente la más importante de la mía, hasta ahora. Yo soy un jugador, desde siempre, pero la apuesta nunca ha sido tan alta y yo nunca he estado tan indeciso como ahora. Así que llevo días pensándolo y pensándolo, todo el tiempo, sin poder llegar al fondo del asunto. Esta mañana me fui a visitar la última escuela que tenía que ver aquí, hablé con profesores y algunxs alumnxs, lxs cuales no me parecieron demasiado satisfechxs. Ahora necesito apagar mi cabeza, no pensar en nada y el museo de Picasso me parece el lugar perfecto.

Picasso es un genio, pero no uno de esos genixs incomprendidxs por sus contemporánexs, solitarix, con una vida atormentada, casi no gozada. Pablo era sociable, pasional, un hombre de mundo. Me sorprende que a mi edad, ya hubiera vivido en Málaga, La Coruña, Barcelona, Madrid y París. Pero lo que más me impresiona es que Picasso, cada vez que se mudaba, cambiaba la forma de pintar, se reinventaba, volvía a sorprender y maravillar al mundo con arte nuevo. Cada vez que paso a una nueva sala, me parece de pasar a una nueva exposición pero no, es siempre él. Sólo ha cambiado ciudad, escenarios, compañerxs. Cada cambio en su vida le ha dado sangre nueva a su vena artística. Y, sala tras sala, todo me parece cada vez más claro. En sus cuadros encuentro las respuestas a todas mis dudas. Gracias a su arte reencuentro la valentía que necesitaba. Picasso acaba de pintarme las alas. Salgo del museo galvanizado, con una ligereza indescriptible. Ni siquiera me parezco a ese chico que entró, todo pensativo, hace unas horas. Ahora no tengo más dudas. Lo tengo todo claro. Iré a Buenos Aires.