Una noche loca en Valencia
Una noche loca en Valencia

Una noche loca en Valencia

Estaciono el scooter compartido delante de la Malvarrosa. Esta playa me encanta. A diferencia de la Barceloneta es muy ancha, entre el paseo marítimo y el mar habrá más de cincuenta metros de arena, con canchas de voleibol y fútbol. Hoy es mi último día acá. Valencia es hermosa pero tampoco me volvió loco. Después de una semana me parece que ya la conozco toda. Y pues hay demasiadxs italianxs. Con mi país ya no puedo más. Tampoco las maestrías me emocionaron mucho. Igual me importa un culo de la maestría. Toda esta historia de la beca es solo una gigantesca excusa para dar sentido a este año sabático. La verdad es que quiero seguir dando la vuelta al mundo y, solamente al final, decidir dónde quedarme a vivir. De todas formas, esta es una buena oportunidad, el único problema son los requisitos extremadamente estrictos para el curso. Hay muy pocas maestrías que cumplen con esos. Aquí hay dos, pero Valencia no es mi primera opción, diría más un intento. Barcelona es claramente la favorita, mañana voy por primera vez solo y voy a ver qué vibras me da. La otra opción es Madrid, pero me gustaría más vivir en una ciudad de mar. Y al final está la idea loca de Buenos Aires, loca e improbable ya que no pude encontrar ni un curso que cumpliera los requisitos. Estoy negociando con una tal Belén, dijo que quizás me podría hacer un curso personalizado, pero la veo difícil.

Me acabo de acostar en la toalla cuando cruzo la mirada de esta chica. Está sentada con una amiga y otros dos pibes, a pocos pasos de mí. Casi instintivamente, me saluda en español, me pregunta si estoy solo y me invita a unirme a ellxs. Me sorprende un poco porque, desde que llegué, conocí algunxs chicxs, pero sobre todo italianxs, mientras que lxs españolxs no fueron muy sociables. “¿Eres argentino?” “Italiano, porqué?” “Tenés acento argentino” “Estuve allí dos semanas el mes pasado. Y ustedes, ¿de dónde son?” “Nosotros dos de Honduras” me responde señalando al amigo “y ellos son colombianos”. Son latinxs, ahora entiendo todo. Empezamos a tomar, a charlar, a pasarla bien con una facilidad asombrosa, tanto que cuando empieza a llover me invitan a su casa. En el camino compro vino para todxs y lo necesario para cocinar una pasta. Es una carbonara muy arreglada con tocineta, porque en España es difícil encontrar guanciale, igual lxs enloquece. Están re contentos y me lo agradecen a menudo, pero soy yo quien debe agradecérlxs. Seguimos tomando, bromeando y cagándonos de risa, como si nos conociéramos desde hace años. Con lxs latinxs no hace falta mucho para ser felices, por esto lxs quiero.

Parece que la jodita ya va terminando, pero, de repente, el colombiano dice que tiene una sorpresa para todxs, va para su cuarto y vuelve con una botella. Es ron añejo y tiene muy buena pinta. Acá vamos a terminar como el culo. El empieza con las rondas de chupitos. A la tercera las chicas se llaman fuera, sólo quedamos  él, el hondureño y yo. El colombiano va a cien por hora, imparable como Juan Cuadrado. A la octava somos sólo él y yo. “¡Vamos marica!” Me incita el hijo de puta. A la duodécima ronda estoy tan en pendo que no puedo ponerme de pie y sin ningún sentido, propongo salir. Los dos me apoyan. Mi cerebro se apaga mientras entro, tambaleándome, en el primer bar que encontramos.

Mi cerebro se reaviva de repente. Veo todo borroso, estoy otra vez encima de un scooter compartido, corriendo sin rumbo por las calles desiertas de Valencia. Son las 4:19 y estoy tan borracho que ni siquiera puedo interpretar las indicaciones de Google Maps. Hago inversión. La concha de mi madre, me equivoqué de nuevo. No lo puedo creer. Acá estoy a punto de hacer un desastre, mejor me paro. Mientras estaciono, me doy cuenta de que tengo solo una zapatilla. Me encamino hacia casa, medio descalzo, aún con el traje de baño, la camisa desabrochada y sucia pero sobre todo la toalla de playa en la cabeza como si fuera un velo. No me sorprende que, al pasar, una coche de la policía se acerque a la acera. El flaco al volante me mira y me dice de pararme. Los canas bajan amenazadores, pero yo me estoy cagando de risa. Estacioné la moto hace cuatro cuadras y no hay ninguna ley que me impida caminar completamente en pedo con una zapatilla sola. “Buenas noches, ¿qué hace por aquí?” “Estoy volviendo a casa, ¿qué quieren? ¿Papeles?” “¿Dónde estuvo anoche?” “En casa de un amigo” “¿Y adónde va?” “A casa” “¿dónde exactamente?” “Cardenal Benlloch” “está yendo en la dirección equivocada, tiene que dar la vuelta aquí a la izquierda, y luego otra vez a la izquierda cuando llega al estadio” “ah gracias, seguro que no quieren los papeles?” El tipo mira al colega y luego, con la típica arrogancia de los policías de bajo rango, me hace un gesto para que me vaya. Los saludo y en quince minutos llego a mi destino. En la puerta acristalada del piso veo mi imagen reflejada y empiezo a reírme solo. La concha de mi madre, soy impresentable. Solo ahora me doy cuenta de que tengo una mochila en la espalda, claro, es la misma que llevé a la playa, pero ahora está vacía. Bueno, la toalla todavía la tengo enrollada en mi cabeza, pero ¿lo demás? Reviso mis bolsillos y gracias a Dios encuentro las llaves del Airbnb. Solo perdí mis gafas, mis auriculares, el vuelto del súper y mi permiso de conducir. El balance es positivo. Menos mal que la policía me ignoró cuando le hablé de los papeles porque en realidad no tenía ni un documento. Alto farol le tiré a los botones, tan inconsciente como eficaz.

Me despierto detonado, medio adentro medio afuera de la cama, con la luz prendida, la ropa sucia todavía encima y el alarma que está sonando desde hace un rato. Agarro el móvil. Son las 10:27. Qué hijo de puta que soy. Tengo el micro para Barcelona en 33 minutos, estoy en pedo y no tengo ni puta idea de dónde está la estación de bondis. Tiro todas mis cosas en la valija y me precipito en la calle. Hay un sol brutal y ni siquiera puedo encontrar mis gafas. La puta que me parió, los perdí anoche. Corro hacia la avenida principal con la resaca que me aplasta cada vez más. Mi cabeza es una sauna en llamas en el ecuador. “TAXIII”. Gracias a Dios se detiene. En cuanto me descarga en el muelle de la estación me viene de vomitar pero el micro está a punto de salir. Si voy al baño lo pierdo. Si quiebro acá es probable que no me dejen subir. Justamente. Así que tengo que aguantar, si debo vomitar, tendré que hacerlo a bordo.

Paso tres horas infernales, haciendo todo lo posible para no manchar el bus, con la resaca que va empeorando con el aumento de la temperatura, sin una gota de agua, ni una pastilla para el dolor de cabeza. Soy un maldito hijo de puta, eso es lo que soy. No me acuerdo nada de anoche. ¿Qué hicimos? ¿Cómo perdí todo? ¿Cómo carajo se me ocurrió manejar? Les escribo a los chicos por Direct. El colombiano es el primero en contestarme: “Estoy muy enguayabado parce y no encuentro mi dni” “yo también perdí mi permiso de conducir, las gafas y otras cosas. ¿Pero qué pasó?” “No sé hermano, creo que la policía nos cagó”. Pero ¿cómo la policía? Yo ya estaba solo cuando me pararon. “¿Qué policía?” “Nos detuvieron y nos revisaron, ¿no te acuerdas? Nos hicieron vaciar los bolsillos, las mochilas, todo” Mierda, no me acuerdo nada de eso, pero ¿por qué nos detuvieron?” “Estábamos golpeando motos”. Puta madre. No puedo creerlo. Empiezo a reírme, aunque no debería. Por primera vez desde que subí al autobús, consigo escaparme del mal viaje, de que estoy roto y podría vomitarme encima en cualquier momento. Sí, soy un desastre, pero ya está, me chupa un huevo. Ya llegamos a Barcelona, zafé otra vez.

P.D. A las 17:42 se despierta el hondureño, más roto que nunca y nos comunica que perdió: la billetera, los 200€ que tenía ahí por el alquiler, todos los papeles y las llaves de casa”. Vamos papa.