Milano
Milano

Milano

Después de América Latina, Milán es un balde de agua fría. Mejor dicho, helada. De las que te devuelven de una a la “realidad”. O al menos a la que entienden ellxs, lxs aburridxs.  Milán es el último lugar donde iría después de un viaje a Sudaméricay al mismo tiempo el único donde quiero estar ahora. Mi padre acaba de operarse la rodilla en el hospital Pini, zona Bicocca. Mis horizontes acababan de abrirse al mundo pero ahora, en mi mapa, no hay otro lugar fuera de Milán. De repente mi mapamundi se convirtió de nuevo en un mapa metropolitano. Reverso la carbonara en el contenedor de plástico y lo cierro rápido, ojalá la pasta no se pegue demasiado. Me pongo la chaqueta y bajo, estamos en abril pero todavía hace frío acá en el norte. Por suerte la casa de Carletto y Vittorio no está lejos del hospital. Camino rápido hacia la estación del metro mientras con la cabeza estoy totalmente en otra. Anoche estuve con Giorgia, Simona y sus compañeras de piso. Una jodita cualquiera, en un lugar underground, no lejos de Navigli. Estuve en centenares de fiestas como esa, encima las chicas eran buena onda, la electrónica re copada, pero, nunca como anoche, me sentí como sapo de otro pozo. Por primera vez, esa música se me reveló en toda su frialdad. Casi me molestaba la oscuridad del boliche y ese volumen tan alto que no podía hablar. Incluso ese baile, tan lejano, estático y alienado, empezó a parecerme raro. A mí, carajo, que pasé miles de horas así. Anoche se me venía a la mente una banda de recuerdos de los viajes recientes Mi cabeza no paraba de comparar la realidad a mi alrededor con las de los últimos meses: las noches locas de Buenos Aires, los colores del carnaval de Río, los ritmos caribeños de Cuba. Anoche, si hubiera tenido la posibilidad de cambiar de escenario, como se cambia de canal en la tele, no habría dudado ni un momento en pulsar el control. Acabo de volver y Latinoamérica ya me hace tremenda falta.

Bajo a la parada Sesto Marelli y emerjo de nuevo a la superficie. Supero un paso elevado y esta pieza de street art gigante captura mi atención.

Inconscientemente, desacelero cada vez más, hasta pararme frente a la obra. Tremenda. Es increíble que haya aparecido por mi camino, porque representa demasiado este momento de mi vida. Estoy en movimiento, pero sin destino. Estoy en Milán y no estoy en él, como el tipo y el vagón del subte. Aquí, mis compañeros hablan de sueldos, contratos, posiciones, alquileres y todo eso. Charlar de estas cosas siempre me aburrió mal, pero ahora, que acabo de volver de Latinoamérica, ya no puedo más. Observo a mi país desde una nueva perspectiva, como si por primera vez lo mirara desde afuera y la verdad que empieza a asustarme. Milán más que todo. La gente está tan obsesionada con la plata y el trabajo que parece haber perdido completamente de vista todo lo demás. Incluso mis amigos, compañeros de aventuras rocambolescas, que a veces eran aún más locos y fuera de la caja que yo, están absorbiendo poco a poco la cultura superficial-individualista de la ciudad. Plata, plata, plata, pues aperitivos, clubes, ropa y sobre todo historias de Instagram. Cada vez es más frecuente que estemos juntos físicamente, pero no emocionalmente, cada uno perdido en su smartphone. Acá muchxs, mejor dicho demasiadxs, sienten la necesidad de postear el momento antes de vivirlo. Ostentan felicidad en las selfies, pero ¿son realmente felices? Por mucho que Italia lleva más de diez años en crisis económica, seguimos siendo uno de los países más ricos del mundo. No nos falta nada. Pero las sonrisas en Cuba, en Brasil, en Argentina eran más sinceras. Duraban más de un disparo fotográfico.

Mientras sigo rumbo al hospital, busco en Internet el nombre del artista. Osgemeos, clase ‘74, São Paulo, Brazil. Latinoamérica me persigue. Y con este cielo gris, es aún más complicado quitárselo de la cabeza. Por suerte, ya llego. Hoy ninguna poronga hospitalaria, patrón. Hoy vas a comer carbonara.