Iguazú (Argentina)
Iguazú (Argentina)

Iguazú (Argentina)

Nos despertamos temprano porque tenemos que volver al lado argentino, visitar el parque y tomar el vuelo de vuelta por la noche. Donk es lento. Muy lento. Es muy raro que haya aceptado utilizar el servicio de traslado recomendado por el hostal. Mientras vamos a desayunar llega el coche. Explico al chofer que estamos terminando de comer y le pido cinco minutos. Igual Donk no parece entender que estamos de prisa, todo lo contrario, apenas termina vuelve al buffet para coger otras medialunas. “Dale boludo, ya tenemos que irnos”. Ni termino de decirlo que escucho el ruido del motor ponerse en marcha. Corro hacia el coche suplicando al chabón que no se vaya. Él nos manda justamente al carajo. “La concha de tu madre Donk, ahora cómo llegamos hasta allá?” “Uber”. No lo puedo creer. Su obsesión con la aplicación reaparece descaradamente, más fuerte que antes, lista para tomarse su revancha. Empiezo a pensar que saboteó la operación a propósito. 

El Uber dice que ha llegado, pero no hay nadie acá enfrente. Dice que está en la carretera principal. Nos encaminamos por el barro que dejó el diluvio de anoche. Cuando llegamos encontramos el coche estacionado. La mujer al volante nos confiesa que no se adentró en la selva porque tenía miedo y encima acaba de cancelar la carrera porque no nos veía llegar. Maravilloso. De todas maneras, contratemos que nos lleve a la entrada del parque argentino. No sé si la flaca entendió que teníamos que cruzar la frontera. La veo un poco insegura. Nos confiesa que es uno de sus primeros días de trabajo. Súper. Cuando llegamos al puente que marca la frontera entre Brasil y Argentina la chica se bloquea. “No sé si puedo hacer esto”. Me lo sentía. La concha de mi madre. Casi asustada, estaciona el carro justo antes de la frontera. Le explicamos que todavía nos faltan varios kilómetros, pero la comunicación es difícil, ella habla portugués y sólo unas palabras de inglés y español. Al final ella decide abandonar la carrera renunciando a la plata y nos deja acá. Seguimos a pie, pero los aduaneros nos explican que, siendo un puente de carretera, no podemos cruzar la frontera caminando. Qué quilombo. Empezamos a pedir ayuda a los automovilistas en la cola. Nadie nos da bola hasta que un señor australiano nos recoge y, pasada la frontera, nos acompaña también al parque. Héroe.

El lado argentino de las cataratas es menos panorámico que el brasilero, pero el final del recorrido es trascendental. Una larga pasarela de acero nos lleva justo arriba de la famosa Garganta del Diablo. Una cascada de ochenta metros impresionante. Cada segundo vemos caer toneladas de agua. Tremendo. Nunca vi algo así.

El recorrido termina justo a tiempo. A 10’000 km de aquí se está jugando Juventus – Atlético Madrid, octavos de finales de Champions League. Estoy en medio de la selva, sin signal, re mojado y exhausto después de dos días de excursiones, igual tengo que apostar. No me queda otra. Desde cuando me despedí del trabajo vivo de eso. Mi vida es una apuesta. Entonces me conecto al wifi del parque. Vamos 1-0 pero perdimos 2-0 la ida. No tengo dudas. Pongo un montón de plata y le doy envío.  Ahora tengo absolutamente que ver el segundo tiempo. “Donk vamos al aeropuerto ya, quizás llego a ver la segunda mitad” “Uber”. Era obvio. “Sí, pero apurate boludo” “no hay chofer” “ok vamos” le digo encaminándome hacia los taxis “no boludo, vamos caminando al aeropuerto” “y si, banquémonos otra caminata de 12 km en el medio de la selva, mientras oscurece, quizás se suma también un jaguar” “tenemos tiempo, el vuelo es en cuatro horas”. Es impresionante la facilidad con la que Donk toma siempre decisiones lentas y equivocadas. “Dale está bien, pero yo tomo un taxi, vos hacé lo que quieras” “bueno, vamos en taxi, pero pagás vos, porque para mí podríamos ir caminando”. Apenas subimos, pregunto al taxista si, en el minúsculo aeropuerto de Iguazú, trasmiten el partido; aunque lo dudo. Sin embargo,  el flaco me dice que en el segundo piso hay un restaurante con dos televisores. Pues me pregunta de qué equipo soy y me actualiza sobre lo que pasó en el primer tiempo. Ambos somos apasionados y empezamos a charlar nostálgicamente de fútbol. De Juventus y de Boca. De Del Piero y de Riquelme. De cuando el fútbol era un deporte para hombres verdaderos. Había banderas, guerreros y muchos personajes mitológicos. Especies en extinción, por desgracia. Sólo hablamos unos minutos, pero zarpados. Me encanta compartir esta nostalgia intercontinental.

Llegamos al aeropuerto justo a tiempo para la última media hora. El bar restaurante está casi lleno. La Juve está adelante 2-0. Doblete de Cristiano Ronaldo. Con este resultado vamos a los extras. Cinco minutos al final. Bernardeschi parte de la mitad de la cancha, sólo contra todos, sigue, entra en el área, lo chocan y termina en el piso. Penal. Va CR7 para el triplete. Vamos, querido. Rompela. Arranca Cristiano. Boom. Derechazo imparable en la esquina. Salto de mi silla y empiezo a festejar como si hubiera marcado yo. Sin contenerme. La gente me mira como si estuviera loco, pero a mí ya no me importa un culo. 3-0. Adiós Atlético.