Buenos Aires
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Buenos Aires

Buenos Aires me encanta. Me fascina. Buenos Aires me vuelve loco. La llaman la ciudad de la furia. La ciudad que nunca duerme. Y así es. La Reina del Plata nunca descansa. Algunxs dicen que es la capital de un imperio que nunca existió. Tremenda verdad. Argentina es relativamente joven, hija de inmigrantes, principalmente italianos y españoles. Geográficamente está en América Latina. Pero ideológicamente no, yo la ubico en el medio del Océano Atlántico. Equidistante del nuevo y del viejo continente. Síntesis perfecta de los dos mundos. Buenos Aires es simplemente insuperable. Te seduce con la cultura y la clase de una ciudad europea. Luego te enamora con la locura típica de una capital sudamericana. Lxs argentinxs bailan tango, pero comen pasta, pizza y milanesa. La cerveza todavía la llaman birra y, como nuestrxs abuelxs, toman Fernet Branca. Pero de día prefieren el mate, típicamente rioplatense. El helado y las facturas todavía los hacen con recetas italianas, ellxs inventaron y añadieron el dulce de leche, del cual están justamente orgullosxs. Cuando se calientan dicen <<hijx’eputa>> en español, pero también <<andá a cagá’>> en dialecto calabrese. De la región de Calabria deriva, sin duda, la peculiaridad de calentarse muy fácil. Los calabreses son los más mecha corta de Italia. La lengua oficial es el castellano, pero la gente habla lunfardo. Una mezcla pintoresca y fascinante de idiomas y dialectos de inmigrantes, principalmente italianos. Una jerga que era de los trabajadores y ahora está de moda. Porque definitivamente, conserva la historia de los dos países. Entre finales del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, más de dos millones de italianos cruzaron el océano. Argentina tiene el legado de una de las mejores versiones de la cultura italiana. Una cultura acogedora, generosa, altruista, que valoraba más la relación humana. Una cultura que por desgracia, en Italia está desapareciendo. En cambio, los argentinxs la mantienen casi intacta. Ellxs están fascinadxs por Europa, pero sobre todo por Italia. Nos preguntan cómo está nuestro país, cuál es la situación política y nos vemos obligados a contar la triste realidad de un país en crisis de valores. Se asombran y se decepcionan de que el racismo se está volviendo una moda. Cuando me dicen que para ellos el racismo es una cosa “antigua” “superada” me doy cuenta, definitivamente, de que mi país está retrocediendo y por primera vez, me da vergüenza ser italiano. Una sensación horrible que se repite cada vez que pregunto “¿cómo te trata el país?” a los conductores de Uber venezolanos y me responden “excelente”. Pienso en qué contestarían lxs inmigrantes, que se encuentran ahora en Italia, a la misma pregunta; y eso me da mucha tristeza. Argentina todavía es demasiado joven para olvidar sus orígenes y sigue recibiendo a todxs. De los nazis a los judíxs antes. De los chinxs a los venezolanxs hoy. En Buenos Aires, desde que llegué, nunca me sentí solo. Lxs argentinxs nos hacen sentir como en casa. Llevamos solo pocos días acá y ya tenemos dos grupos de amigxs que nos invitan a su casa, a casa de sus amigxs, a cenar, a fiestas, a recorrer la ciudad. Conocí Carla hace solo dos semanas, y organizó una fiesta en su casa por mi cumpleaños. La noche antes, Rochy y Leila nos llevaron a Milión para brindar a medianoche. Al final, los festejos de mi primer cumpleaños en Buenos Aires duraron tres días. Una locura.

Cuanto más descubro la ciudad, más me gusta. Los barrios, tan peculiares y tan distintos unos de otros, muestran las mil facetas de Buenos Aires. Los colores de la Boca, el estilo de los palacios del centro, San Telmo que parece un viejo barrio italiano, la noche de Palermo, la modernidad de Puerto Madero, la clase de la Recoleta, la tranquilidad de Belgrano y Núñez. Mientras recorro la ciudad me pierdo en los cuentos de lxs taxistas. Casi todos tienen al menos un abuelx italianx. Las anécdotas se refieren principalmente a historias de migración, familias divididas entre los dos países y la cocina italiana. Sí, porque acá el plato fuerte es la carne. Invencible. Pero lxs argentinxs nunca perdieron la costumbre de comer los canelones o la lasagna de la abuela. Así que acá, a diferencia de otros países, hay todo lo que me gusta más. Muchos restaurantes no cedieron a la tentación de un mobiliario moderno y conserva, en sus interiores, una atmósfera típica del siglo pasado. Para no hablar de los bares, tan peculiares y excéntricos que te enamoran. La noche de Buenos Aires no se puede describir. Hay que vivirla. Hay siempre una fiesta o un bar abierto. A todas horas. De lunes a lunes.

Normalmente las ciudades que viven intensamente la noche, un poco como las personas, difícilmente llegan a ofrecer la misma intensidad de emociones durante el día. Buenos Aires sí. Te sorprende con una oferta cultural fuera de lo normal. Decenas de museos, exposiciones, teatros, eventos, centros culturales y bibliotecas. Un taxista me cuenta que, hasta hace unos años, Buenos Aires era la ciudad con más librerías del mundo en proporción a los habitantes. Y es sorprendente la accesibilidad a la cultura. Las mejores exposiciones o los museos más famosos no cuestan más de dos dólares, a pesar de que las obras de arte son de alto nivel. Los centros culturales, además de ser gratuitos, están en la vanguardia, bien organizados y llenos de iniciativas.

Y pues están ellas. Las argentinas. Rasgos italianos, cuerpo latino. Te vuelven loco. A pesar de la belleza asombrosa no son ni presumidas ni altaneras. Bueno sí, hay unas porteñas re locas pero son pocas. La mayoría son relajadas, piolas y cultas. Para nosotros, acostumbrados a la dramaturgia italiana, es como descubrir América. En Buenos Aires me doy cuenta de que soy un poco machista, no por elección, sino simplemente porque crecí en un país donde tampoco las mujeres son feministas. En cambio, la gran mayoría de las argentinas lo son de verdad, no solamente en palabras. Y no se trata sólo de compartir la cuenta en el restaurante. Se trata, en primer lugar, de respetarse entre mujeres, de disfrutar libremente de su propia sexualidad sin juzgarse entre sí, de hacer lo que te da la gana con tu cuerpo sin que te importe lo que piensen lxs demás, de vivir las relaciones entre pares, de mandar a la mierda la moral católica, de abandonar de una vez por todas al patriarcado, de denunciar todas formas de acoso, hasta que se vuelva en una vergüenza socialmente inaceptable, de luchar juntas por cada batalla que tenga sentido llevar adelante como mujeres, dejando a lado, por una vez, la competencia. Acá en Argentina, por primera vez en mi vida, veo todo esto y me encanta. Lo comparto todo. Antes de venir aquí pensaba de ser también un poco misógino. Ahora entiendo que no lo soy, ni un poco, sólo estoy viviendo en el lugar equivocado.

En Buenos Aires utilizamos el lenguaje inclusivo. En Buenos Aires hay respeto, no sólo para las mujeres, sino también para la comunidad LGBT, para lxs migrantxs, para las minorías, para lxs últimxs. En Buenos Aires hay respeto para todxs.

Lo único que falta en esta ciudad es el mar. La posición en el mapa frente al océano puede engañar, pero el agua que baña la costa de la capital es la del Río de la Plata. Un taxista me explica que el nombre viene de su color gris semejante a la plata. Antes se podía nadar en el río, ahora ya no. Pero tal vez es mejor así. Una costa hermosa significa turismo estacional. Lugares que se inflan y se desinflan. Muchas veces, la autenticidad de las ciudades se desvanece a la sombra de los grandes hoteles. Buenos Aires es hermosa así como es. Además, muchos edificios tienen pileta en el último piso. Nos conformamos.