Samba
Samba

Samba

¡Ay, la concha de mi madre!. Tremenda resaca tengo. Mi cabeza parece el horno a leña de una pizzería napolitana en pleno verano. En cuanto me levanto,  empieza a dolerme el colon. La puta madre. Estoy hecho a mierda. ¿Por qué siempre terminás así, boludo? ¿Por qué? Che no sé, la caipiriña no parecía tan fuerte… Siempre así boludo, cada vez hay una excusa. Chicos, por favor, no empiecen a discutir ahora que hay trescientos grados fahrenheit acá. ¿Fahrenheit, boludo? Sí, flaco… Fahrenheit. Si ni siquiera sabés cómo se escribe fahrenheit boludo. Chicos, ¿las minas de ayer? Alguien le pidió el número o el Instagram? No hay nada en el teléfono, boludo. Che nada, las vas a ver en Disney. Qué hijos de puta, ustedes no sirven para nada. Otra vez así, con mis personalidades que discuten dentro de mi cabeza inundada por la caipiriña. Pensé que dejando el trabajo esta locura se iba acabar, pero no. Los monos por allá solo disminuyeron. El circo sigue abierto.

Seis de la tarde. Todavía no me recupero. Sinceramente la playa de Copacabana me la esperaba repleta de gente pero no. Hasta ahora, cada vez que fuimos, la encontramos medio vacía. Incluso ahora. Estamos boludeando con Ale y Donk. Un discurso más absurdo que el otro, hasta que la charla se pone seria. Y sí, porque llevamos casi una semana acá, todo hermoso, pero no se coge. Nada. Empieza a ser un tema y todos estamos de acuerdo en eso. Monos incluidos. Tinder acá es un desastre. Las más lindas son trans. También por la calle o en la playa las brasileñas me decepcionan. Probablemente las tenía muy arriba. Los rasgos faciales son duros, poco femeninos. Lo mismo con el acento. Además, parecen estar obsesionadas con el gimnasio. Y yo odio el gimnasio. Para mí siempre ha sido un lugar para hombres inseguros. Y tampoco entiendo a las mujeres que van por allá a bombear los músculos, ni me gustan. Volviendo a nosotros, alguna cita salió en estos días, pero ninguno de los tres todavía llegó a abrir el marcador. “Chicos, Tinder no anda. Buscamos un grupo de minas acá por la playa, si no dudo que va a pasar algo”. Primera frase inteligente desde cuando me desperté. Alessandro es reticente. Es un tinderiano ortodoxo. Donk ya me apoya más. El problema es que Ale es el único que sabe portugués. Y también español, porque Donk y yo podemos decir justo dos boludeces nomás. Hay que convencerlo sí o sí. “Alessà dale vamos” “si ustedes van, yo los acompaño, pero yo no voy a empezar nada” “Alessà en serio, Edoardo y yo que carajo les vamos a decir?” “Ya les dije, si van yo los acompaño pero nada más. No estoy más para esas cosas, me da paja boludo”. En él mientras pero empezamos a mirar a nuestro alrededor. A la derecha dos culonas atraen la curiosidad de Donk. Ale me dijo algo sobre sus gustos, pero acá me parece que estamos exagerando. A la izquierda hay un buen grupo de chicas, casi todas morenas. “Boludos, ese grupo parece interesante. ¿Vamos?” Donk quizás prefiere las gorditas a la derecha pero me apoya, en cambio a Ale parece que le chupa un huevo. “Dale boludo, Donk tiene razón, encará vos y pues hablamos nosotros” “Porqué insisten? Yo los acompaño”. Continuamos esta discusión sin salida hasta que una de las chicas se levanta y empieza a sacar la arena de la toalla. Está hermosa la mina. “Muy bien chicos, las perdimos”. Se levanta otra. Aún más linda que la amiga. Tremenda piba. Ahora los tres estamos mirando hacia ellas. Probablemente con la misma cara de cuando tu equipo está perdiendo, faltan unos segundos al final y no sabés si el árbitro va a dejar patear el saque de esquina. Sí, somos tres pelotudos. Pasa que algunas chicas sentadas empiezan a hablar con las chicas de pie, que mientras tanto paran por un rato de organizar las cosas. Probable momento de indecisión. Ahora o nunca. “Chicos yo voy” Donk me sigue, Ale también. Ahora se viene lo lindo. No tengo ni puta idea de qué decirles. “Hola chicas, cómo va?” encaro yo gastándome, de una, casi todas las palabras que sé en español. Son argentinas. Bailarinas de samba que vinieron acá para bailar en el evento principal del Sambodromo. La puta madre. Y yo que todavía ando vacilante desde anoche. Por suerte Alessandro vivió unos meses en Buenos Aires y se mete en la charla. Donk y yo sólo sonreímos y decimos una boludez cada tanto. Una de ellas me deja su número y nos quedamos en vernos todxs a la noche.

Volviendo al departamento Ale dice “Ay me olvidé, yo no estoy a la noche” “¡¿Cómo?! No vas a venir?” “No, tengo que trabajar” “tenés que trabajar de noche?” “sí, desde la una de la madrugada hasta las siete de la mañana de Italia, que aquí sería de las nueve a las dos” “bueno tírale una excusa” “no, imposible” “pero, ¿en serio? O sea, ¿viste qué potras son?!” “Esta noche se trabaja”. Donk y yo quedamos sin palabras. “Pero, ¿qué trabajo es?” pregunta él “en un rato lo van a ver” le contesta Alessandro casi riéndose.

Como terminamos de comer Ale trae la compu y se conecta a la plataforma. Es un chat erótico donde los babosos pagan, 1€ cada mensaje, para hablar con chicas hermosas. Ya así sería bastante degradante. Lo peor es que las chicas tampoco existen. Son los empleados como Alessandro a contestar a los depravados haciéndose pasar por ellas. “Mi amor te pensé todo el día, quiero que me calientes con tus chanchaditas” empieza el primero. Alessandro empieza a escribir en el teclado “Yo también te pensé, cochino. Ando desnuda por casa y vos, ¿qué hacés?”. Donk y yo  nos estamos cagando de la risa. Pero mal. Se abre otro chat “Quiero chuparte toda hasta las uñas de los pies” ¡¿Cómo?! Ale mueve el cursor hacia un lado: 589 mensajes. “O sea este flaco ya gastó 589€?” “Sí, exactamente” “Mierda”. Otro chat más “cómo estás ahí abajo? ¿Depilada o peluda?”. Esta cosa empieza a volverse tragicómica. Parece absurdo, pero Ale está muy comprometido, esta noche va a trabajar. 

Nosotros dos salimos hacia el punto de encuentro. A lo lejos, cinco chicas disfrazadas como conejitas de Playboy nos llaman la atención. Llevan bikinis, shorts muy cortos, diademas con orejas y corbatines. Carajo, son las argentinas!  Con Donk nos intercambiamos una sonrisa que vale más que mil palabras. La comunicación en español no es muy fluida, pero zafamos. Afortunadamente las chicas ya saben a dónde ir y nos llevan al boliche. Apenas ingresamos tres o cuatro minas completamente desnudas llegan para darnos la bienvenida. Y claro, no es una discoteca. Las argentinas están asqueadas, mientras nosotros nos estamos cagando de risa otra vez. Coincidimos en ir a tomar en un chiringuito del paseo de Copacabana. Donk ya apuntó a Alma, la rubia. Mientras la mía es morena, se llama Flor y es divina. Una cara muy bonita, con rasgos similares a los de las italianas, dos tetas grandes y un cuerpazo de bailarina de samba. Acá me voy a enamorar de Argentina antes de llegar allá. Después de unos tragos, las chicas empiezan a bailar. Nosotros dos casi nos llevamos las manos a la cabeza. Nunca vi a alguien mover el culo así. Tampoco algo que se compare. Son tremendas. Apenas se sientan las chicas piden otra ronda. A mí todavía no me pasó la borrachera de anoche y en un rato ya estoy de nuevo ebrio.

Al final vamos los cuatros a nuestro departamento. Yo tengo la habitación individual, mientras Donk comparte la matrimonial con Alessandro. El pibe está durmiendo después seis horas de charlas eróticas con los atrevidos italianos, pero a Donk no le queda otra que despertarlo y sacarlo de la cama. Ale acepta de buena voluntad de sacrificarse por el equipo, igualmente empieza a bajar a todos los santos y a toda la iglesia romana, al darse cuenta que deberá dormir en el sofá re sucio del salón. En cuanto ingresamos a la habitación, Flor y yo empezamos a besarnos y tocarnos apasionadamente. Hay un solo problema: yo estoy en pedo mal. Ella es increíble pero mi pito está hecho mierda. Completamente jodido. La puta madre. No se mueve. Ella sigue tocándome. Pero nada. De repente sus ojos me miran serios y me dice “¡está muerto!”. Ufff. Me mató. 

Bueno, intentamos relajarnos. Abro la ventana para que pase un poco de aire y nos acostamos en la cama. Tengo que ganar tiempo y esperar que ‘el muerto’ revive. Entonces, empiezo de nuevo a tocarla lentamente, a besar su cuello, luego su seno. Poco a poco me voy hacia abajo hasta hundirme entre sus muslos. Con la lengua me enfoco en su clítoris, mientras el índice y el medio se mueven dentro de ella. Flor acaba. Una, dos, quizás tres veces. Sus orgasmos son clave, tengo una semi erección. Sin pensarlo dos veces me pongo el forro y lo empujo adentro. En unos segundos ya es bastante duro. Increíblemente revivido. Y entonces empiezo a darle más. Re animado por el milagro. Flor empieza a gemir cada vez más. “Despacio” me dice ahora que el ‘muerto’ está a full. Pero yo no paro. Empapado de sudor, totalmente borracho, le doy con todo. Hasta el final. Hasta que acabamos juntxs. Y es un orgasmo tan intenso como liberador. Zafé otra vez más. Otra maldita vez. Me desplomo sobre ella exhausto. Todavía respiramos afanosamente. Y empezamos a reírnos cuando le susurro al oído “¡¿no estaba muerto?!”.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *